Marc Chagall cultivó
durante más de ochenta años un arte inspirado en el amor, los
recuerdos, las tradiciones rusas y judías, los acontecimientos históricos o los
hitos artísticos de los que fue testigo y en muchas ocasiones
protagonista. Esta retrospectiva presenta su evolución artística en orden
cronológico, así como los grandes temas que recorren la obra de este
artista imprescindible para imaginar el siglo XX.
Vitebsk, la ciudad
natal de Chagall, albergaba una importante comunidad judía que vivía de
las tradiciones del pasado, garante de su identidad. Un mundo lleno de
ritos y costumbres que, sin embargo, ofrecían una gran
resistencia a las innovaciones. Siempre atento a las manifestaciones de la
vida, Chagall pinta la existencia cotidiana de su ciudad y de su
familia, y también el alma del pueblo ruso.
El reto de Chagall a
la pintura supone una auténtica ruptura con la tradición. Instalado en París en
la década de 1910, se reaviva allí su querencia profunda por Vitebsk,
por sus raíces culturales, ahora potenciado todo ello por la
distancia. Los sueños pueblan entonces su imaginación, entre lo real y lo
irreal, entre la tierra y el cielo...
Suele ser la realidad
lo que da el tono a los grandes temas que pinta Chagall, pero luego
son los sueños los que a menudo los transforman de manera radical.
Crea así un mundo insólito y maravilloso, desconocido en la pintura de la
época.
La luz que impregna
la pintura de Chagall nace de una paleta cuyos colores, de
transparencias y tonalidades orientales, construyen las grandes secuencias de su
obra. Chagall resume esa realidad pictórica en la palabra química.
Almas muertas de Gógol y las Fábulas
de La Fontaine poseen el sentido de la libertad y de
lo absoluto con que Chagall aborda a esos autores esenciales. Lo
satírico y lo pintoresco tienen una presencia dominante en estos
grabados, que captan en toda su viveza las elocuentes escenas de estos dos
autores, uno ruso y el otro francés. Chagall ilustra estos dos
grandes libros entre 1924 y 1927, por encargo de Ambroise Vollard.
La vida de Chagall
recorre todo el siglo XX. Conoce dos guerras mundiales, la Revolución de
Octubre en 1917, países y culturas diferentes, éxodos continuos.
Pinta los desastres de la guerra y el infortunio del pueblo judío, pero no por
ello pierde la esperanza.
Tras la Segunda
Guerra Mundial, Chagall deja definitivamente los Estados Unidos. Va a rehacer
su vida de nuevo en Francia, donde se establece en el sur, en Vence.
Pinta también París, la belleza de esta ciudad que tanto ama,
y sus monumentos: el Louvre, la Bastilla, Notre
Dame, la Ópera…
La posibilidad de
inventar formas nuevas y de controlar la acción del color sobre el barro
permite a Chagall establecer fuertes lazos con un arte de tradición
popular. En los años cincuenta inicia la aventura de la cerámica, que le
llevará poco después a crear en otro mundo distinto, de materiales eternos, el
mundo de la escultura.
de Francia en el que ha
decidido vivir,
Chagall recorre la región mediterránea.
Su luz impalpable
dota al color del cielo,
en las obras de esta última
época, de una
condición de eternidad.
La luz es, también, un vehículo de su fe en el hombre
y en su pensamiento. Destellos de la obra
última
Chagall ama el mundo
de los animales y las gentes del circo. Canta la
gloria de los payasos
y de los equilibristas, transfigurados por el sonido
de los músicos y de
unos animales suntuosamente ataviados. La gran fiesta del circo
amplifica los sueños del artista, que vivifica ese mundo
Sólo en una ocasión regresó Chagall a Rusia, y ese encuentro con sus paisanos y tradiciones le inspiraron una hermosa obra.
Una completísima exposición la que nos ofrecen el Museo
Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid, que se puede disfrutar hasta el 20 de mayo.
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