MELODÍA DE SEDUCCIÓN
Me invitó mi prima Celia a escuchar un concierto que ofrecía su amigo
Pablo.
La sala estaba al completo. El concertista, de mediana edad y bien
parecido, hizo su entrada. Mientras comentaba las piezas a ejecutar se frotaba
suavemente la punta de los dedos con el pulgar; aquel gesto me hipnotizó, no
podía sustraer la mirada de sus manos finas que intuí sedosas, y envidié a la
guitarra que en ese instante acariciaba como se acaricia a un amante,
reconociéndolo, estimulándolo para que aflore su esencia. Repitió el gesto con
el mástil, y concluyó dándole un sutil giro a las clavijas, que respondieron
con un quejido leve. Cuando pulsó las primeras notas me miró fijamente,
embargándome una insólita sensación de hallarme a solas con él, que la melodía
me hablaba relatando instantes idílicos, y sentí que el tiempo no existía nada
más que en el virtuosismo de sus manos prodigiosas. Tañía las cuerdas ora con
firmeza, ora con una cadencia tan delicada que invitaba a soñar, a intercambiar
confidencias cual dos enamorados tras un encuentro galante.
Yo escuchaba embelesada, empapándome de sus gestos; imaginaba sus dedos
pulsando los registros más íntimos de mi cuerpo, clamando por el roce mágico
que templarían la desazón, la tórrida sensación que se me iba instalando en las
entrañas.
Él, desgranaba la partitura dándole los tempos precisos, acentuando
arpegios, dilatando notas que quedaban suspendidas en el aire y caían como
hojas de otoño mecidas por el viento. Yo aguardaba impaciente el siguiente
compás, cruzando y descruzando las piernas, erotizada como jamás lo estuve.
Con el Capricho árabe se superó
Pablo. La melodía codiciaba un amor imposible, lloraba ausencias, gritaba
deseos, nostalgia y desesperación. Los sonidos hablaban de pena, de
desesperanza, pero destilaban amor, delirio; la sensualidad flotaba en el
ambiente y me envolvió ganándome la voluntad, ya rendida sin indulgencia en
brazos de un arrebato pasional. Durante la ejecución Pablo parecía sumergirse
en similar exaltación, con los ojos cerrados por momentos, soñadores al
abrirlos y mirarme con intención, el rostro irradiando los sentimientos que le
comunicaba la sugerente música. Los dedos apenas rozaban las cuerdas,
deambulaba sobre ellas arrancándole suspiros con la caricia, conquistándola con
paciencia infinita hasta hacerla suya.
Ya no sólo envidié a la guitarra, anhelé que el maestro aplicase en mí su
arte, que se valiese de mi cuerpo para interpretar aquella melodía de seducción
que me estimulaba hasta el paroxismo. Y deseé que el tiempo parase, que la
noche se dilatara para saborear esa sensación tan excitante que me producía
estremecimientos. Me rendí a la fascinación, entorné los ojos y dejé que una
cálida sacudida me arrastrase llevándome a vibrar al unísono del bordón.
La magia se quebró al dar el artista la última nota, una sola como punto
final, triste como un adiós definitivo que quedó atrapada en la atmósfera
encandilada. Hubo un instante de
silencio, después culminó con una explosión de aplausos y bravos.
Al terminar el concierto Celia se empeñó en saludarle y presentármelo.
Pablo reapareció y se acercó despacio; era más joven y atractivo de lo que
supuse. Abrazó a mi prima y me tendió la mano; al estrechársela la aprecié tan
suave como imaginé y sentí un hormigueo, y me aferré a ella deleitándome en el
contacto, evocando los gestos que hiciera en el escenario.
─ ¿Me la devuelves?─ preguntó con la risa bailándole en los ojos
ambarinos. Obedecí azorada- Es mi arma de trabajo, sin ella no soy nada.
Antes de despedirnos me pidió el teléfono y prometió llamarme.
La cita fue en su casa, un apartamento acogedor con partituras sobre la
mesa, mobiliario y objetos proclamando el gusto exquisito de su propietario; en
las paredes, placas conmemorativas relataban sus éxitos en distintos idiomas.
Me recibió sonriente y se condujo sin prisa, como si dispusiéramos de
todas las horas. Un concierto no se puede improvisar, dijo, aplicándose en
demorar la obertura. Mereció la pena, Pablo caldeó el ambiente con miradas intensas,
palabras sugerentes y caricias prometedoras. La noche resultó perfecta. Fui el
instrumento, él el maestro concienzudo que arrancó de mí notas sublimes que ni
en sueños imaginé dar. Juntos interpretamos la melodía más antigua, preludio de
una dilatada e inacabada sinfonía.
FIN
* Con este cuento cerramos la seríe de relatos que os hemos ofrecido durante la vacaciones de TAF. Ahora ya estamos de nuevo "funcionando", estrenamos curso y seguiremos con nuestros espacios habituales, aunque también introduciremos alguna que otra novedad.
* Con este cuento cerramos la seríe de relatos que os hemos ofrecido durante la vacaciones de TAF. Ahora ya estamos de nuevo "funcionando", estrenamos curso y seguiremos con nuestros espacios habituales, aunque también introduciremos alguna que otra novedad.
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