MIS DÍAS DESHABITADOS
Llevaba dos horas mirando aquella
fotografía. Nada. La página seguía intacta, inmaculada.
Ni una sola línea. Solo un folio con ese
color sin color, que es símbolo de pureza, salvo si pretendes ser escritor. Entonces se convierte en el temido pánico
a la hoja en blanco. A la hoja o la pantalla vacía de un frío ordenador.
¡Qué extraña pasión ésta de la
escritura! Hay días en los que una consigue media página que cree gloriosa.
Entonces, te inflas como una gallina clueca y sacas a pasear tu plumaje de pavo
real. Pero luego están esos otros días, los deshabitados. Esos en lo que tu cerebro vaga en el vacío del espacio sideral. Lo más
probable entonces, es que acabes llenando de hojas el cesto de la basura o la
papelera de reciclaje.
¡Hay que echarle narices para
ponerse a escribir esos días¡ Se trata
de armarse de valor y esperar que un adjetivo no te arrugue el alma.
Hoy era uno de esos, de los
deshabitados. Y allí andaba yo, gravitando sin rumbo fijo.
Tierra llamando a inspiración
¡Anda mira el cinturón de Orión!
Ya está, pensé, invocaré a Calíope,
Clío y Melpómene. Cualquiera de ellas servirá, con tal de que me regalen un soplo de
iluminación. En seguida recobré el juicio. Para mí las musas es solo una
estación de metro. Nunca he creído yo en señoras mitológicas que faciliten la
tarea.
Así que bajé a la tierra y volví a la foto de marras.
Era una foto en blanco y negro de una pareja joven que viajaba en un descapotable. Los dos eran atractivos. Aunque en realidad, a
mí quien me llamaba la atención era la chica. Creo que mi espíritu feminista se
está haciendo cada vez más fuerte.
¿Qué iba a hacer con aquella
mujer que sonreía ajena desde el papel? Confieso que mi primera idea fue la de
estrellar el coche. Vale, cuatro líneas y los tiro por un barranco. Pero me
sucedió algo fatal para un escritor. Me impliqué con mi personaje. Como iba a
hacerle eso a aquella chica. Parecía
tener tantas ganas de vivir.
Mi tránsfuga inspiración buceo
desesperada en todos los tópicos acostumbrados ¿Qué tal le iría la tan manida
historia del príncipe azul? El chico era guapo y no hacían mala pareja. Lo descarte de inmediato. Nunca me han gustado
los príncipes y ni mucho menos azules. Algunos destiñen descaradamente. En
otros, el azul toma un degradado tono rosáceo. En esos casos la chica suele
acabar confusa. Consolándose con la idea de haber encontrado al menos un amigo.
Ese amigo capar de hablar durante horas de emociones sin bostezar ni echar un
vistazo al resultado de los partidos. Pensándolo bien, no estaba tan mal la
idea. Pero no, yo no quería eso para mi protagonista.
La coloqué de espía rusa, amante despechada, ingenua
adolescente, niña de familia bien que va a la hípica, asesina despiadada. Hasta
pensé en un androide, programado para acabar, por fin, con el predominio del género masculino.
Pero nada. Los días deshabitados son
así. Cualquier idea termina en un bucle y vuelve de nuevo al comienzo sin
haberse definido.
Miré de nuevo la foto y me dirigí
a la chica en voz alta.
-Te doy la libertad- le dije- Puedes
hacer lo que quieras. Ama, ríe,
sueña, juega si te apetece. O, si lo prefieres, para en el próximo desvío y dile
a tu acompañante que abandone el coche.
-Cenicienta te otorgo el volante de tu carroza de 220 caballos. A
partir de ahora sólo tú conduces tu vida.
Me pareció que la muchacha alzaba
los brazos en señal de júbilo. O quizás ya los tenía levantados desde el
principio. De lo que si estoy segura es que de que al levantarme de la mesa
escuche una pregunta.
-Perdona, ¿es diésel o gasolina?
MATILDE LLEDÓ PÉREZ
1 comentarios:
Muy bueno Matilde. Yo también he sufrido esos días deshabitados. A ti te han dado para una historia...
Gracias por compartirla.
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