SIN DISCULPAS
Me
desperté al oír la puerta de la calle. Me había quedado dormida en el sillón,
rendida después de llorar tras la pelea con mi marido. Hacía calor. La chimenea
seguía encendida y, durante el sueño, había dejado caer la manta que tenía
sobre las piernas.
No
quise abrir los ojos, ni siquiera para saber si era él, que regresaba, tal vez
arrepentido de levantarme la mano, de insultarme, de todo lo que me dijo cuando
discutimos. Yo también le respondí cosas muy desagradables.
Quería
hacer las paces, ceder como tantas veces, levantarme y abrazarlo, y pedirle
perdón por lo que le había dicho, pero me quedé inmóvil, con los ojos cerrados,
respirando despacio, como si estuviera dormida y esperando a que él se
disculpara primero.
Sus
pasos sobre el parqué se acercaron a mí lentamente. Después, silencio. Podía
oler a mi lado ese perfume que me atraía tanto. Sin duda me estaba observando.
Cuatro pasos más y escuché el suave sonido del sillón de piel. ¿Qué haría
ahora? ¿Se quedaría allí, sentado, hasta que yo despertara?
La habitación quedó en silencio. Yo seguí sin moverme, simulando que dormía, deseando que él
se levantara y me pidiera perdón.
A
los pocos minutos escuché de nuevos sus pasos, como si caminara de puntillas,
alejándose. Cerró la puerta del salón y mis esperanzas se vinieron abajo. No
iba a pedirme perdón y yo, esta vez, estaba decidida a no hacerlo.
Subí
a mi habitación, cogí una maleta y comencé a meter su ropa dentro. Se la
pondría en la puerta. Cuando regresara le pediría que se fuera de la casa y de
mi vida, para siempre. Estavez lo haría. Iba a ser fuerte.
Al
salir de la habitación la escalera estaba llena de humo. Comencé a toser.
Apenas podía respirar. Regresé al dormitorio y abrí la ventana para coger aire.
Pensé que podía huir por allí, pero se veía el fuego que salía por las ventanas
de la planta baja. Cogí una toalla mojada del baño y con ella en la cara
regresé a la escalera intentando llegar hasta la puerta. No pude, las llamas ya
salían del salón y amenazaban con prender toda la casa.
No
podía huir de allí. El humo y el miedo me hicieron perder el conocimiento.
Alguien
echó la puerta abajo, me vio tirada en lo alto de la escalera y fue a por mí,
me cogió en brazos y me liberó del fuego.
A
mi marido lo detuvieron en el aeropuerto esa misma noche.
Carmen Baranda
1 comentarios:
Me alegra que al pirómano lo detuvieran ¡bien hecho!
Publicar un comentario