Victoriano de la Serna
“pasodoble”
Pequeñas cosas anuncian
características determinantes de una persona. Y así, Leonardo de la Cruz,
vaquero de Llasguicebo, cuando las vacas se movían, de noche, por el monte,
según sonaran sus zumbas, sabía perfectamente de qué vaca se trataba.
Leandro de la
Cruz, pastor en esa misma localidad segoviana y hermano del anterior, elegía la
melodía del gallo que antes cantara para que le sirviera de despertador. No le
gustaba perderse ni un instante de la tonada ni del nuevo día.
Formaron pareja de “músicos” los dos
hermanos; a la dulzaina, Leandro, “Tío Gaitero”, y a la caja, como tamboritero,
Leonardo, “Tío Zorra”. Sin perfeccionar el sonido, se atrevieron con el oficio
para ganarse unas “perras”. Pasacalles anunciando la fiesta del pueblo y jotas en
la procesión de San Antonio, fueron suficiente para que, animados, se aventuraran
a hacer música sin barreras.
Sin embargo, cuando se celebraba baile
en el salón del ayuntamiento, no daban una a derechas. Tocar un vals, un
pasodoble, una mazurca o un pericón para que la gente bailara en pareja, no es
igual que aporrear la caja y soplar con fuerza la dulzaina por las calles del
pueblo. Los mozos se cabreaban mucho y el “Tío Gaitero” terminaba discutiendo
con el “Tío Zorra”.
Fue interpretando el pasodoble
“Victoriano de la Serna” cuando pasaron el peor momento. Tuvieron que
reiniciarlo varias veces. “Tío Gaitero” golpeaba con fuerza su pie derecho
contra las escaleras de madera del ayuntamiento para marcar el ritmo, como si
de un bombo se tratase, pero ni con esas. Aquella noche no hubo canción que se
salvara. Los hermanos acabaron tirándose los trastos a la cabeza y enfadados,
cada uno se fue a su casa echando la culpa al otro. Dicen que es bueno hacer
las cosas de “a medias”, porque si salen mal, la culpa siempre es del “otro”.
Era Paula, la hija menor del “Tío
Gaitero”, quien se aprendía las canciones oyéndolas en algún aparato de radio.
Después, con más calma que un elefante, se las tarareaba a su progenitor hasta
que las sacaba con la dulzaina. La bondad de hija le permitía cantar a su padre
las canciones una y otra vez y la tozudez del cabeza de familia, hacía que lo
fuera aprendiendo poco a poco, porque así son los caprichos...
Disponían los dos parientes “músicos”
de todo el tiempo del mundo para ensayar. Su profesión se lo permitía. Ambos,
respectivamente, en el monte, cuidando su ganado, se procuraban buenos ratos
para ejecutar sus instrumentos. Como testigos indiferentes, vacas y ovejas
llenaban el auditorio, ¡lo que tuvieron que soportar sus oídos! Pero así era la
existencia...
Los hermanos instrumentistas tuvieron
que ganarse la confianza de alcaldes cobrando menos “duros” por realizar la
función y no por ejecutar buena música.
Sin llegar a profesionalizarse, “Tío
Zorra” y “Tío Gaitero”, iban obteniendo seguridad en lo que hacían y a tal
punto llegó la cosa que hasta la perra del vaquero, —“Oiga”, le llamaba—,
parecía entender de música. Muchas fueron las veces que cuando Leonardo
ensayaba con el redoblante, el animalito se levantaba de manos sujetándose en
las patas traseras y moviéndose no perdía de vista a su amo. El Tío Zorra,
creyendo que su perra sabía de música y aplaudía su acción, se animaba y se
animaba.
Sucedió durante las Navidades del
año mil novecientos treinta y cuatro, uno de los inviernos más fríos que se
recuerdan. Era costumbre de quintos ir por las casas pidiendo aguinaldo para
hacerse una cena. Ese año se hicieron acompañar de los músicos. La condensación
del aire formó un carámbano en la campana de la dulzaina. Los dedos tiesos del
gaitero bastante tenían con tapar los agujeros. Los labios cada vez se
inmovilizaban más. Todos los músculos se habían agarrotado debido al frío. Por
no dejar caer al suelo una botella de aguardiente que le pasó un mozo, la
dulzaina perdió el control del “Tío Gaitero” y fue a caer al suelo golpeándose
contra una piedra. La madera de granadillo se abrió quedando prácticamente
inservible. El lugar se llenó de maldiciones a todos los santos del cielo y el “Tío
Zorra” se cagó en la “Jotia”, –como él decía–, más de veinte veces...
Un constructor de Baltanás, pueblo
de Palencia, les cobró ochenta y siete pesetas por una nueva ¡con llaves!
Sostenidos y bemoles hicieron su aparición y “Tío Gaitero” parecía un niño con
zapatos nuevos.
Por los carnavales llegó la cena de
la Sociedad de Mozos. Fueron invitados los hermanos “de la Cruz” para amenizar
el ágape y en los salones del ayuntamiento, los mozos, que otrora les hicieron
sudar y pasar un mal rato, fueron testigos del bautismo del pasodoble “Victoriano
de la Serna”. “Tío Zorra” y “Tío Gaitero” lo interpretan siempre como broche de
oro, aunque el cierre de función conviene hacerlo con una jota, alargándola
todo lo que sea necesario, hasta que el cuerpo de los mozos quede exhausto y no
pidan otra pieza y otra y otra...
Llasguicebo gozó durante
muchos años de la dulzaina y el tambor de Leandro y Leonardo y hasta nuestra
maldita guerra civil, fue menos guerra en la localidad gracias a ellos. Porque
la música, aunque sea mala, alegra los corazones.Alejandro de Diego.
0 comentarios:
Publicar un comentario