NO EXISTE MELODÍA EN QUE NO SURJAS
TÚ
Metía la mano derecha entre sus
piernas cruzadas y se tocaba los huevos, subía y bajaba la mano, se apretaba,
pretendía sentir, volver a lo que fue: un galán, un hombre de verdad. Lucho
encadenaba versos perezosamente “no existe melodía en que no surjas tú y no
quiero escucharla si no la escuchas tú” y el viajaba a su juventud, nuevamente en una
pista de baile sacando a la más guapa, apostando contra sí mismo, pensando ¿se
dejará llevar a la pensión?.
Lucho hablaba de un reloj
inexorable, sí, solo tenía tres horas para convencer a la muchacha de turno.
Vestía de alpaca y olía como un rico, solo las miedosas escapaban, la mayoría
terminaban en la pensión lavándose el sexo en una palangana mientras él las
miraba con descaro.
Pero
llegó la última, una mujer con un hijo de otro, le ató, y el hígado hizo otro
tanto dejándolo melancólico. Ya solo se permitió oír discos en la terraza “qué
sabes tú lo que es querer sin que te quieran” le cantaba desesperada Olga Guillot, entonces
se le aguaban los ojos y volvía a cruzar las piernas
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