“PERIQUITXU TXISTULARI”
Periquito
dio un sonoro golpe en la mesa, tiró el vaso de agua al suelo, que
quedó hecho añicos, y exclamó como una fiera: ¡Ya estoy harto!. Los papás
no dieron crédito a sus oídos. Hasta ahora, siempre había sido un niño
educado se podría decir que un tanto demasiado-, callado y obediente. Pero
a Periquitxu nunca le había atraído el txistu. Hubiera preferido estudiar
piano, su instrumento ideal aunque en la pequeña ciudad donde vivía, ningún
profesor de música lo enseñaba y el más recomendado, un nacionalista vasco
de pro y por el que, finalmente, se dejaron convencer sus padres- le metió
la idea de que ése era el instrumento típico vasco y que tenía que hacer
honor a su "raza".
quedó hecho añicos, y exclamó como una fiera: ¡Ya estoy harto!. Los papás
no dieron crédito a sus oídos. Hasta ahora, siempre había sido un niño
educado se podría decir que un tanto demasiado-, callado y obediente. Pero
a Periquitxu nunca le había atraído el txistu. Hubiera preferido estudiar
piano, su instrumento ideal aunque en la pequeña ciudad donde vivía, ningún
profesor de música lo enseñaba y el más recomendado, un nacionalista vasco
de pro y por el que, finalmente, se dejaron convencer sus padres- le metió
la idea de que ése era el instrumento típico vasco y que tenía que hacer
honor a su "raza".
De modo que Periquitxu Etxaniz había comenzado
a hacer sonar los primeros
acordes a la temprana edad de seis años. Tres veces por semana, acudía
puntual a sus clases de Solfeo, seguidas de las del instrumento.
El profesor no sólo era un nacionalista rancio. También alardeaba de tirano
y cuando sus pequeños alumnos no iban con la lección aprendida, les ponía de
rodillas contra la pared y les mantenía así durante toda la clase, cantando
el "Eusko Gudari" (Guerrilleros vascos), el himno a los caídos por la
patria, en la "guerra" contra el Estado invasor, España.
Periquitxu no tuvo que pasar por ese martirio nunca porque tenía madera de
músico y siempre iba con la lección aprendida pero se solidarizaba con sus
compañeros castigados y, una vez terminada la clase, los castigados y él
salían corriendo hacia la calle e inundaban las persianas del profesor de
piedras de gravilla como represalia.
acordes a la temprana edad de seis años. Tres veces por semana, acudía
puntual a sus clases de Solfeo, seguidas de las del instrumento.
El profesor no sólo era un nacionalista rancio. También alardeaba de tirano
y cuando sus pequeños alumnos no iban con la lección aprendida, les ponía de
rodillas contra la pared y les mantenía así durante toda la clase, cantando
el "Eusko Gudari" (Guerrilleros vascos), el himno a los caídos por la
patria, en la "guerra" contra el Estado invasor, España.
Periquitxu no tuvo que pasar por ese martirio nunca porque tenía madera de
músico y siempre iba con la lección aprendida pero se solidarizaba con sus
compañeros castigados y, una vez terminada la clase, los castigados y él
salían corriendo hacia la calle e inundaban las persianas del profesor de
piedras de gravilla como represalia.
Los progresos txistularis del niño Etxaniz
iban viento en popa. Ya hacía un
año que había comenzado las clases y había sido propuesto para tocar en un
concierto municipal junto a un grupo de alumnos de otras escuelas de su
mismo nivel. A Periquitxu esa idea no le gustaba en absoluto porque seguía
convencido de que el piano era su instrumento. No obstante, se dio cuenta de
que, a través del instrumento, podía ser conocido en el pueblo y, como tenía
un cierto afán de protagonismo quizás, el hecho de ser hijo único le
alimentaba dicha característica de su personalidad- , sacó provecho de la
situación. De modo que, cada cierto tiempo, participaba en conciertos de ese
tipo y, poco a poco, a medida que pasaron los años, fue mejorando su técnica
y sentido musicales y llegó un momento en toda la comarca se le reconocía su
arte.
año que había comenzado las clases y había sido propuesto para tocar en un
concierto municipal junto a un grupo de alumnos de otras escuelas de su
mismo nivel. A Periquitxu esa idea no le gustaba en absoluto porque seguía
convencido de que el piano era su instrumento. No obstante, se dio cuenta de
que, a través del instrumento, podía ser conocido en el pueblo y, como tenía
un cierto afán de protagonismo quizás, el hecho de ser hijo único le
alimentaba dicha característica de su personalidad- , sacó provecho de la
situación. De modo que, cada cierto tiempo, participaba en conciertos de ese
tipo y, poco a poco, a medida que pasaron los años, fue mejorando su técnica
y sentido musicales y llegó un momento en toda la comarca se le reconocía su
arte.
Cumplidos los doce años, Periquitxu ya era un
txistulari reconocido a nivel
nacional. Pero su grupo sólo tocaba piezas vascas y a él le hubiera
apetecido ampliar el espectros. De modo que el ya no tan niño acabó un poco
harto del repertorio nacionalista de la orquesta, a pesar de que ya había
comenzado a ganar un dinero por esos conciertos, que religiosamente
administraba su madre para su propio beneficio: comprarse impulsivamente
vestidos y zapatos nuevos, sin que su primogénito ni su marido se dieran
cuenta de ello.
nacional. Pero su grupo sólo tocaba piezas vascas y a él le hubiera
apetecido ampliar el espectros. De modo que el ya no tan niño acabó un poco
harto del repertorio nacionalista de la orquesta, a pesar de que ya había
comenzado a ganar un dinero por esos conciertos, que religiosamente
administraba su madre para su propio beneficio: comprarse impulsivamente
vestidos y zapatos nuevos, sin que su primogénito ni su marido se dieran
cuenta de ello.
Pero como bien dice el refrán, "Se pilla
antes a un mentiroso que a un
cojo" y la madre fue cogida "in fraganti" un buen día en que Periquito
volvía de su clase de música con la cara amoratada y llorando más de orgullo
que de dolor porque el profesor le había visto tirar piedras a su persiana.
La madre había entrado en su habitación y con un martillo, estaba rompiendo
la hucha del jovencito. Este, al verla, se quedó paralizado, se dio media
vuelta, y salió para no volver en tres días.
cojo" y la madre fue cogida "in fraganti" un buen día en que Periquito
volvía de su clase de música con la cara amoratada y llorando más de orgullo
que de dolor porque el profesor le había visto tirar piedras a su persiana.
La madre había entrado en su habitación y con un martillo, estaba rompiendo
la hucha del jovencito. Este, al verla, se quedó paralizado, se dio media
vuelta, y salió para no volver en tres días.
Los padres
estuvieron a punto de acabar locos, llamaron inmediatamente a la
Ertzaintza pero no dieron con él. Periquitxu apareció el tercer día por la
noche, cuando los padres yacían en el lecho conyugal desconsolados.
-¡No vuelvas a robar el dinero fruto de mi trabajo, mamá!
Periquito la habló como un hombre hecho y derecho y la madre asintió con la
cabeza, sollozó y le dio un abrazo reconciliador, que el niño, con gran
prepotencia, rechazó en un desaire.
Ertzaintza pero no dieron con él. Periquitxu apareció el tercer día por la
noche, cuando los padres yacían en el lecho conyugal desconsolados.
-¡No vuelvas a robar el dinero fruto de mi trabajo, mamá!
Periquito la habló como un hombre hecho y derecho y la madre asintió con la
cabeza, sollozó y le dio un abrazo reconciliador, que el niño, con gran
prepotencia, rechazó en un desaire.
Todo esto hizo que el chico comenzara a odiar
a su txistu más que a nada en
el mundo. De modo que Etxaniz se enroló en una locura concertística.
Estudiaba las partituras hasta altas horas de la madrugada. Fingía estar
instrumento. Se presentaba a todas y cada una de las pruebas de las mejores
bandas juveniles y participaba en todos los conciertos de la suya propia.
Cuando le planteó a su madre vender el txistu y que le comprara un piano en
serio, ésta dio un alarido y se lo negó en rotundo.
el mundo. De modo que Etxaniz se enroló en una locura concertística.
Estudiaba las partituras hasta altas horas de la madrugada. Fingía estar
instrumento. Se presentaba a todas y cada una de las pruebas de las mejores
bandas juveniles y participaba en todos los conciertos de la suya propia.
Cuando le planteó a su madre vender el txistu y que le comprara un piano en
serio, ésta dio un alarido y se lo negó en rotundo.
- De acuerdo. Seré el peor acordeonista del
mundo. ¡Tú lo has querido!-
Amenazó él
La miró indirectamente y dicho y hecho. Comenzó a tocar todo lo
desafinadamente que pudo, destrozó su banda musical, fue abucheado y silbado
en los conciertos de solista. Nadie entendió lo que le había pasado pero él
se reía en su interior y tensaba la cuerda hasta ver cuánto podía aguantar
su madre esta tesitura.
- ¡Harto, harto y harto! No quiero seguir más tiempo en esta situación,
mamá. Quiero un piano.
Periquitxu rompió a llorar, apartó la comida de la mesa y su madre se dio
cuenta de que la cuerda se había tensado demasiado.
-¡De acuerdo, te compraremos un piano!
-¡Te quiero, mamá!
Periquitxu dejó caer de golpe la txapela y dio un fuerte beso a su madre, no
sin antes, haberla lanzado una mirada desconfiada.
A la semana siguiente, el chico había dejado sus clases con el ya envejecido
y debilitado profesor nacionalista, contra el que ya ni siquiera le apetecía
rebelarse tirando piedras contra sus ventanas.
Volvió a casa, abrió la puerta y llamó a su madre. Nadie contestó pero la
encontró en el cuarto marital con diez bolsas de ropa y zapatos nuevos de
grandes marcas, encima de su hucha, una vez más, rota.
- ¡Has caído de nuevo, mamá! Me has vuelto a robar. Has tirado mi futuro por
la borda, definitivamente. Nunca podré ser lo que siempre quise
El joven de trece años recién cumplidos gimió amargamente. La madre le miró
con resignación y mirada bovina, se encogió de hombros y mostró a Periquito Etxaniz un traje de Dolce Gabanna y otro de Dior de la última colección.
Con gran tesón de hombre maduro, Periquitxu convenció a su madre de que la
mejor forma de dejar su adicción era apuntarse a clases de piano, como él.
Así, irían juntos y ella no tendría tiempo para perder mirando tiendas
El día que entraron madre e hijo en el conservatorio para su primera clase
de piano, en primera fila, estaba sentado el profesor rancio nacionalista.
Periquitxu le miró y le hizo un guiño.
Amenazó él
La miró indirectamente y dicho y hecho. Comenzó a tocar todo lo
desafinadamente que pudo, destrozó su banda musical, fue abucheado y silbado
en los conciertos de solista. Nadie entendió lo que le había pasado pero él
se reía en su interior y tensaba la cuerda hasta ver cuánto podía aguantar
su madre esta tesitura.
- ¡Harto, harto y harto! No quiero seguir más tiempo en esta situación,
mamá. Quiero un piano.
Periquitxu rompió a llorar, apartó la comida de la mesa y su madre se dio
cuenta de que la cuerda se había tensado demasiado.
-¡De acuerdo, te compraremos un piano!
-¡Te quiero, mamá!
Periquitxu dejó caer de golpe la txapela y dio un fuerte beso a su madre, no
sin antes, haberla lanzado una mirada desconfiada.
A la semana siguiente, el chico había dejado sus clases con el ya envejecido
y debilitado profesor nacionalista, contra el que ya ni siquiera le apetecía
rebelarse tirando piedras contra sus ventanas.
Volvió a casa, abrió la puerta y llamó a su madre. Nadie contestó pero la
encontró en el cuarto marital con diez bolsas de ropa y zapatos nuevos de
grandes marcas, encima de su hucha, una vez más, rota.
- ¡Has caído de nuevo, mamá! Me has vuelto a robar. Has tirado mi futuro por
la borda, definitivamente. Nunca podré ser lo que siempre quise
El joven de trece años recién cumplidos gimió amargamente. La madre le miró
con resignación y mirada bovina, se encogió de hombros y mostró a Periquito Etxaniz un traje de Dolce Gabanna y otro de Dior de la última colección.
Con gran tesón de hombre maduro, Periquitxu convenció a su madre de que la
mejor forma de dejar su adicción era apuntarse a clases de piano, como él.
Así, irían juntos y ella no tendría tiempo para perder mirando tiendas
El día que entraron madre e hijo en el conservatorio para su primera clase
de piano, en primera fila, estaba sentado el profesor rancio nacionalista.
Periquitxu le miró y le hizo un guiño.
FIN
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