Este es el cuento que ha ganado el 13ª Concurso Literario para Mayores UDP convocado por la Unión de Pensionistas y Jubilados de España en colaboración con el Grupo Balnearios Cofrentes y subvencionado por IMSERSO, y es para nosotros un placer darlo a conocer, porque Federico Fayerman es uno de los integrantes de Tirarse al Folio.
Desde este espacio volvemos a felicitarle por el premio y sobre todo por escribir tan bien.
LA POZA SOLEADA
El camino de
tierra que conducía al pueblo se mostró a su derecha. A lo lejos, su final parecía clavarse en el
campanario de la iglesia, donde una cigüeña acababa de posarse.
Cargó la mochila
sobre un hombro y subió la pendiente hasta que el pueblo apareció totalmente
ante su vista. De frente varias casas de piedra rodeando la plaza de la
iglesia, a la derecha los campos de labranza, dorados de trigo recién segado. A
la izquierda cuatro caserones ceñidos a una callejuela empinada, que terminaba
saltando sobre un río de grandes piedras planas. Al otro lado del puente, el
viejo pinar que llegaba hasta las montañas. Por encima, un cielo sosegado lo
acariciaba todo. Cuando llegó a los campos les preguntó por ella.
Corrían y saltaban sobre las montañas de
paja que a pleno sol esperaban la bielda. Sin parar. Hasta que llegaba la hora
de comer y volvían a sus casas. Él, con sus pantalones cortos y las rodillas magulladas
y ella con sus largas trenzas de pelo negro cuajadas de espigas. Exhaustos de
risas, los dos.
Los campos le
hablaron de ella. De sus largos paseos por la era arrastrando los pies por el
bálago y escribiendo con su rastro el nombre de su amado.
Desde hacía
tantos años…
Cruzó el puente
hacia el pinar, que le esperaba solitario y fresco. Le preguntó por ella.
Era el pino más longevo y enroscado del
bosque. Trepaban a diario hasta la tercera o cuarta rama y allí, donde el
tronco se estrechaba esculpían sus nombres dentro de un corazón de corcho. Las
primeras sombras de la noche los arropaban agotados de amor.
El orgulloso
pino le habló de ella. De los sentimientos que grabó en su viejo tronco durante
su ausencia, de las lágrimas que diariamente lo regaron.
Desde hacía
tantos años…
Remontó el río caminando
sobre las piedras cubiertas de musgo húmedo, hasta la poza soleada. Le preguntó
por ella.
Tumbados uno al lado del otro, sobre la gran
losa plana como cada tarde de verano, hacían planes de futuro. Él soñaba con
labrar los campos que le cediera su padre y poder construir una casa con una
gran chimenea. Ella soñaba con la ciudad, con una vida nueva lejos del pueblo y
de lo que suponía trabajar aquella dura e ingrata tierra de sus padres y sus
abuelos. A veces, entre sueño y sueño, se bañaban en la poza y el agua, terriblemente
fría les devolvía a la realidad.
La poza soleada
le dijo las veces que la vio pasear por la orilla del río, con las manos entrelazadas
tras la espalda y la cara levantada hacia el cielo, recibiendo el aire crudo de
las montañas cercanas sobre sus mejillas. Le contó de la soledad que la
acompañaba cada tarde.
Desde hacía
tantos años…
Caminó a lo
largo de la calle que conducía a la iglesia. Se paró frente a ella, con las
manos en los bolsillos y el semblante relajado. Recordó.
Aquella noche, por el camino del pinar notaron
la presencia de alguien que les seguía. Poco antes de atravesar el río dos
sombras se lanzaron sobre ellos. Lo golpearon con una piedra en la cabeza, a
ella la violaron con saña. Cuando se recuperó fue a buscarlos y delante de la
iglesia los mató con dos tiros de escopeta a bocajarro. Allí mismo lo detuvo la
Guardia Civil y pasó 20 años en una cárcel al otro lado del país.
La cigüeña,
erguida sobre su nido del campanario, le indicó el camino que debía seguir para
rendir su penúltima cita. La vereda bordeaba las tierras altas y secas del
pueblo, donde la humedad del río no llegaba y sólo cardos y tomillo decoraban
el paisaje.
Llegó al caserón
cerrado y sin luz. Le preguntó por ella. El caserón familiar abrió sus puertas y
le invitó a entrar.
Había pasado muchos años limpiando la casa, preparando
la comida de día y tirándola de noche, peinando su pelo ensortijado cada hora, lavando
y planchando cada tarde una y otra vez sus vestidos. Subiendo de madrugada al
desván para contemplar desde la estrecha ventana desvencijada el amanecer y
mirar a lo lejos, más allá del
campanario de la iglesia donde duerme la cigüeña, tratando de adivinar el final
del camino que desciende hacia la carretera, por donde regresan todos los que
alguna vez se han ido.
Por si volvía.
Pero el caserón
estaba ahora abandonado, sucio, silencioso. Salió a la calle y suplicante le
volvió a preguntar por ella.
Y entonces el caserón le dijo que los campos
heredados, al otro lado del pueblo, estaban trabajados, que en ellos había una
casa nueva, de piedra y pizarra negra y que en ella, Julia, lo estaba esperando,
sentada ante la gran chimenea de sus sueños.
5 comentarios:
ENHORABUENA POR EL PREMIO.
Premio muy merecido, felicidades Federico.
Felicidades, Federico.
¡Jo que bonito Fede! muchísimas felicidades, es precioso. Begoña
Gracias a todos.
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