SOL-MAR IV (continuación)

 


 LA TIZNADA

 Estoy cansada de este trabajo, siempre en las funerarias, rodeada de ataúdes y muertos. Me gustaría ser una mujer normal, con un amante, vestidos alegres de color rojo y no llevar siempre esta túnica opaca y triste.

También me gustaría reír, utilizar palabras chistosas, hablar de la alegría del amor, de los niños, los amigos, y no estar todo el día en los velorios, rodeada de pésames y duelos, soportando a personas afligidas, evocadoras de dioses, santos y Paraísos.

Querría escapar de aquí… al campo, gatear por los árboles, robar moras, melocotones, y retozar entre los girasoles mientras el sol calienta mi cuerpo y sentir en el cuerpo.

Sin embargo llevo escrita la marca, solo vivo de espejismos y siento cada día el temblor del miedo cuando amanece.

Mª Begoña Peña


   TIEMPO DE ESPEJISMOS

 Juanita es una sentimental y la lectura su pasión, novelas de amantes despechados, de aventuras imposibles…  Entre capítulo y capítulo echa una mano a su abuelo, un anciano de pelos blancos que vende los mejores melocotones del mercado. Su tenderete está frente a la mujer que reparte publicidad de la marca “La Seda” cuidado perfecto de la piel, vocea, compitiendo con el ciego de la ONCE en llamar la atención de los transeúntes. 

Juanita también es soñadora; fantasea con que aparecerá un héroe, que la rescatará para llevarla en volandas al paraíso.

“Vamos, niña, a recoger. Por hoy ya está bien” La baja de las nubes el abuelo.

Cada día, Juanita compra un cupón para tentar a la suerte, a ver si le cae un buen pellizco porque, aunque es muy romántica, sabe que el príncipe azul se puede retrasar, y las penas con pan…

 Pilar Ugarte


  CRÓNICA DE UN CARACOL

 Compré aquel caracol de mar en una tienda del mercado. Estaba llena de despojos de pisos heredados, objetos en un tiempo queridos y ahora huérfanos. Una copia del cuadro de los girasoles, pequeños ataúdes que, en realidad, eran cajas de puros, cachivaches, en fin, que forman parte de nuestra vida sentimental.

Me interesó porque en él no se oía el mar sino un tumulto de palabras, de conversaciones. Parecía que había grabado todo lo que se hablaba cerca de él. Amantes descubiertos; familias rotas por alguna infamia; la marca de sospecha que deja un crimen en un grupo de amigos.

Cuando llegué a casa se lo enseñé a los niños aunque no les hablé de su secreto. Un día mi hija, con un temblor en la voz, me dijo que había oído el mar en el caracol. ¡Aquel bicho me volvió a sorprender!

Nacho Reguera

 

 

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