CARNAVAL
Apenas
tuve tiempo de manipular el cargador, un pequeño ajuste necesario en
su disfraz. Él se desperezaba ya de la última borrachera,
peleando con las sábanas revueltas. En la alcoba el aire sabía a
rancio, a perfume ajeno, se te enroscaba en la garganta y te hacía
carraspear. Me levanté y salí al balconcillo. El suelo se veía
húmedo de lluvia, brillante, el cielo estaba gris. Otro Carnaval
mojado, con los Pierrots y las Marylines cobijados bajo paraguas, con
las conejitas bajando la calle a la carrera, tropezando en sus
zapatos altos. Un Charlot tripudo se paró en medio, protegido por el
bombín hizo unos molinetes con el bastón, subió y bajó unos
metros andando con pies de pato y finalmente desapareció en el
bullicio del “Ninguna parte”.
Horas
más tarde nosotros también fuimos allí. Miguel se había vestido
de broker años 20, traje cruzado mil rayas y un sombrero Fedora
ladeado , estaba bello como nunca debería estarlo un hombre. En el
lado izquierdo le abultaba la pistola. Yo llevaba un vestido
ajustado, rabioso, guantes hasta el codo, medias de red y los tacones
de aguja que él adoraba en su espalda. Enganchados del brazo nos
hundimos en el humo del bar, en aquel aire espeso bailamos, como
todos, sambas interminables. Bebimos, nos abrazamos, nos besamos,
chocamos con otros. Bebimos, tarareamos a viva voz los estribillos
sambreros, nos palmeamos los hombros, bebimos. Como todos.
“O
Brasil e Samba
O
Brasil e Carnaval
Samba,
café Carnaval”
Amanecía
ya cuando Miguel reclamó la atención de las últimas máscaras, se
desprendió de la cabaretera pelirroja que le había secuestrado el
brazo y la boca casi toda la noche y con voz aguardentosa , anunció
que su empresa había ido a la quiebra . Lentamente sacó la pistola,
la acarició con gesto amargo y se puso el cañón en la frente.
Todos le mirábamos expectantes, con sonrisas flojas de alcohol y de
sueño. “ ¡Dispara de una vez y que siga la samba¡” gritó un
gladiador musculoso que basculaba en la barra.
Aún
oigo ese ruido sordo, el primero. Es tan corto que parece imposible
que pueda ser tan irrevocable, tan eficaz. Como si de repente todos
los músculos se le hubieran aflojado, Miguel cayó al suelo. Se
quedó desparramado allí, quieto. Todos festejamos la broma;
alguien, quizás el romano impaciente, volvió a poner la música, y
en aquella locura de carnaval, con los trogloditas y las strippers
saltando por encima del cuerpo de mi amante, a mí me pareció ver
que se incorporaba despacio, que me buscaba, con recelo en los ojos,
mientras sus brazos se alargaban intentando encontrar un asidero para
apoyarse. Fui hacia él contoneando las caderas; con la canción en
los labios, agarré la pistola y, colocándola en el mismo sitio que
él minutos antes, disparé de nuevo. Por
si
acaso.
“O
Brasil e Samba
O
Brasil e Carnaval
Samba,
café Carnaval”
Cruz Cartas
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