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CON NOMBRE PROPIO. KOU "MONTAÑA VIEJA".


 

MONTAÑA VIEJA


Kou



El tren de vía estrecha avanzaba y retrocedía en su difícil ascenso por las montañas cuzqueñas. Los picos andinos luchaban por sobresalir como guerreros intrépidos con sus cascos blancos de nieve y sol. Unas horas más tarde llegamos al apeadero para subir a Machu Picchu. El autocar, que esperaba con un ronquido monótono a los expectantes pasajeros,  tomó el serpenteante camino que conducía a la ciudadela. A la entrada, una familia de llamas estaban descansando plácidamente al sol y ni se inmutaron ante nuestra presencia. En un recodo, apareció de pronto la visión mágica de Machu Picchu y Huayna Picchu (Montaña Vieja y Montaña Joven) y todos quedamos paralizados ante tanta majestuosidad y belleza.

El guía comentó -Sobre esta piedra se trepanaban los cerebros con el cuchillo Tumi como sacrificio a Inti, el dios Sol. Y, en este montículo, los astrónomos observaban el firmamento. Me desprendí del grupo y comencé a subir las escaleras que conducen al templo de las tres ventanas.  La vista era sobrecogedora y las simas profundas invitaban al vuelo. Me sentí un cóndor desplegando las gigantescas alas surcando los cielos y descendiendo a los abismos mientras el viento acariciaba mi plumaje. Cerré los ojos. Ahora era una sacerdotisa inca, doncella dedicada a realizar ofrendas a Inti. Mi melena negra revoloteaba a mi alrededor como un pájaro juguetón. Fui bajando lentamente las escaleras de piedra, como en trance. El ululante viento sagrado se adhería a mi túnica blanca dándole formas milenarias. El Sumo Sacerdote oraba tras de mi y un cortejo de incas nos seguía en silencio. Como sacerdotisa, marchaba orgullosa hacia mi destino. Llegamos a la cueva de la Gran Piedra y el Sumo Sacerdote me colocó una diadema de flores blancas. Me tendió suavemente sobre la piedra sagrada, elevó el Tumi de oro mientras sus cánticos eran coreados y dio inicio al ritual. El filo del cuchillo ceremonial se hundió en mi piel; mi sangre tiñó mi túnica en su rápido fluir; mi mente entró en la eterna nebulosa cabalgando en un torbellino infinito al que me abandoné sin oponer resistencia.

Abro los ojos y veo muchos rostros inclinados hacia mí. Estoy tendida en la Gran Piedra sagrada de la cueva del sacrificio. Estoy confundida. Imágenes extrañas se mezclan y superponen pero, lentamente empiezo a recobrar la conciencia. Me dicen que me he desmayado por el mal de altura. Ya repuesta, miro lánguidamente la Gran Piedra sagrada y veo, a un lado, un Tumi dorado ensangrentado y una pequeña flor blanca.

Fin