Peñascosa pesadumbre
Una bombilla cenicienta se prende
en las cordilleras de sangre
y tras ese telón, al instante,
acechará la luna
sobre otra noche interminable
Fuera de estos muros
el mundo sigue su curso, impasible,
vadeando la sin razón del avance sin memoria,
el dragón que aletea
en la copa envenenada;
fuera de estos muros
una llama se enfurece, se enreda
lejana a tus ojos, en vela.
Pero hasta esta ciudad antigua y peñascosa,
donde el tiempo se ha postrado
ante las cuestas de su pesadumbre,
hasta este corazón de Zocodóver
desangrado y desembocado,
por un arco
hasta este lugar tan mágico, esta cumbre,
ningún rayo de luz nueva
ha arrojado una brizna de claridad,
ninguna puerta se ha dejado iluminar.
Porque dentro de estos laberintos estrechos,
al abrazo del río,
dentro de esta travesía pedregosa
y en esos rostros sobrenaturales, alargados,
sobre unos lienzos tan negros;
allí donde el halcón muere sepultado
entre la roca y el asfalto,
la memoria aletea despierta,
en bandadas de golondrinas que olvidan regresar,
resguardada de este mundo.