CENSO Y CRÓNICA SOCIAL
Boceguillas (1925-1955)Alejandro de Diego Martín y
Melquiades Antoranz Robledo
Trigésima primera sesión - 11-06-2007
LA CASA DEL TIO SACRISTÁN
Siendo yo un niño vi que esa casa con su cerco constituía toda la manzana. Allí mismo tenían las patatas, las berzas, el alcacel para el ganado, que es el centeno verde, etc., ahora, el mismo sitio, lo comparten cuatro fincas.
Mis primeros recuerdos es que allí vivía el Tío Sacristán. Procedía de Aldeanovilla, hijo de Ciriaco de Diego y Eugenia Martín.
La propiedad de la casa que constituye el número ocho de la plaza correspondía a su mujer, Josefa, hermana del Tío Sotero e hija del “Tío Pela”, Santiago Martín García, que estaba casado con Manuela López Sanz.
Del matrimonio de Josefa con el Tío Sacristán nacieron varios hijos:
Cecilia, muy simpática, le gustaba mucho contar chistes. Muy amiga de la hija del Tío Farruco, Pía, ambas del tiempo de “El Pera”. Se fue a Madrid, se casó con Basilio y pusieron un bar. Tuvieron una hija, Blanca.
Santiago, soltero. Toda la vida trabajando de obrero en el pueblo o en otros lugares. Siempre iba al “tran - tran” pero muy bueno, muy sacrificado. Sus manos eran como pies de elefante. Muy introvertido, tenía un carácter seco y recio, no congeniaba con su padre, hasta el punto de tener que abandonar su casa. En una ocasión el Tío Sacristán le echó de casa. Santiago, aconsejado por su Tío Sotero, se puso a dormir a la puerta. Amaneció, salió el Tío Sacristán con sus otros hijos a segar, pasó junto a él y no le dijo nada. Tal para cual, y es que el Tío Sacristán era de piñón fijo. Se creía en posesión de la verdad y era difícil cambiarle.
Pepe, se queda en el pueblo de labrador. Casado con Vicenta, de Fresnillo, tuvieron tres hijos: José Antonio, Juana y Alejandro. Era un buenazo y como todos los hijos que se quedaron con sus padres, esclavo de las circunstancias: convivir con unos progenitores sujetos a una tradición y cultura social, agrícola y ganadera muy envejecida. Un desgraciado accidente con el carro le quitó la vida a la edad de cuarenta y nueve años.Felipe, guardia civil, casado con Silvina, de Aldealengua de Riaza, de la familia de Los Sierras, tuvieron dos hijos, José María y Anunciación. Durante la guerra civil, que le pilló muy joven, anduvo sirviendo por el Norte. En una ocasión se le helaron los pies, tuvo que ir el Tío Sacristán porque temían que no se recuperasen y habría que cortarlos.
Durante el verano trillábamos juntos, me acuerdo perfectamente tener las parvas una al lado de la otra. El Tío Sacristán por mayor y yo por mis circunstancias éramos los que habitualmente nos encargábamos de conducir los trillos. Cuando nos veíamos tenía una frase que me repetía un día tras otro: “Melquíades, tú y yo sólo trillamos dos ratitos, uno por la mañana y otro por la tarde”. Lógicamente, la guasa consistía en que, el ratito de la mañana era toda la mañana y el ratito de la tarde, toda la tarde.
A su nieto, Pepito, le gustaba ir conmigo y al ver que su abuelo se dormía trillando le llamaba para despertarle:
-¡Abuelo, abuelo!, -al no obtener resultados, proseguía:
-¡Señor Gregorio, señor Gregorio!, como la respuesta no venía, el chico concluía:
¡Tío Sacristán, Tío Sacristán!
No sabía el pobre chavalín cómo llamar a su abuelo para que se despertase, temiendo lo peor, que acabara saliéndose el trillo de la parva.
Cuando le hablé al Tío Sacristán de la inseminación artificial que yo conocía, por un cursillo que había hecho en Madrid, no se lo creía, y si acaso pudiera ser, se trataba de cosas de brujas. También le traía de cabeza que nosotros, con un carro más pequeño que el suyo, trajéramos los mismos haces a la era cuando acarreábamos. Lo descubrió al ver que, en las varas, había hecho una prolongación de la tapa delantera de la caja. Un día, a la hora de comer, que le trajimos de la era en nuestro carro se lo expliqué. El hombre nos contó la cantidad de sueño que le habíamos quitado al vernos llegar a la era con tres filas de haces, igual que su hijo Pepe, que tenían un señor carro y no el nuestro, que era un cajón.
Tu abuelo era muy aficionado a beldar a mano y a cavar con la pala zanjera, así se pasaba el día, estaba absolutamente convencido de que como lo hacía él, no lo podía hacer nada ni nadie. La mecanización del campo llegó un poco tarde para que el Tío Sacristán rectificara.Ahora me acuerdo de una tarde noche, cuando la guerra, que me mandó mi padre a solicitar la firma de la hoja de vigía. Todos los días se nombraban vigilantes y el día anterior había que ir a su casa para que firmaran el “conforme”. En esa ocasión estaban nombrados para hacer la pareja: Policarpo, marido de la Paz y Gregorio, marido de Josefa. Al verlo, el Tío Sacristán, antes de estampar su firma me dijo medio susurrando: “Que listos son, nombran a uno bueno y a uno malo”. Mucho tiempo estuve yo dándole vueltas a la cabeza qué es lo que habría querido decirme el Tío Sacristán, hasta que por fin ya entendí a lo que se refería: el alcalde hacía coincidir, a su criterio, a un simpatizante de la republica con un simpatizante de los sublevados, así se aseguraba una vigilancia certera a sus intereses.
La primera persona que me habló a mí de la existencia de las coliflores fue Pepe, tu padre. Durante la guerra civil debió comer bastantes, porque según decía, le salían por las orejas. Me explicó muy bien cómo eran, a modo de berzas, que remataban en una especie de flor blanca, con ramilletes comprimidos, en lugar de hacerlo a modo de repollo.
No le preguntaba mucho por la guerra porque él había estado de asistente del general Aranda, en el frente de Teruel. En alguna ocasión tuvo que pasar momentos difíciles, según me decía.
También me acuerdo de que en tu casa había un macho tordo, muy viejo. Después cambiaron la yunta, fue cuando compraron el macho “Sevillano” al padre de Tovar, que le pagaron con una vaca más una cantidad de dinero. Este macho era bueno y hacía pareja con otro más pequeño, fueron los que iban enganchados al carro cuando el fatídico accidente.
Te voy a contar una anécdota que tengo yo en mis registros, en donde se aprecia, desde mi punto de vista, dentro de la perspectiva social, el talante comedido y sereno de Pepe, el hijo del sacristán.
Estaban celebrando una partida en casa del Tío Rogiche, solían jugar los de siempre, al subastado; en ese momento había en el plato diez pesetas.
Un telegrafista que hubo en nuestro pueblo, estaba de mirón entre el que repartía las cartas en ese momento y Pepe, el del sacristán, que era mano.
Dudaba Pepe si tirarse a por el plato o no tirarse. Las cartas eran muy buenas, pero había una sota maldita que no controlaba y dependiendo de dónde estuviese podía irse todo al traste o sonreírle la fortuna.
Tanto lo pensaba que intervino el telegrafista para decirle:
-Pero coño Pepe, ¿a qué esperas?
-A contarlas bien-, le contestó.
-¡No jodas!, si está más claro que el agua.
-¡Pues yo no lo veo tan claro!
Pasaron dos minutos más y el telegrafista volvió a la carga:
-¡Nunca he visto un plato tan seguro!
-Tú has visto poco-, le dijo Pepe.
-Te compro la mano por un duro ¡coño!
-Si mis compañeros aceptan, yo encantado.
Dicho y hecho, el telegrafista le pagó un duro a Pepe, que se lo guardó muy contento en sus pantalones; el telegrafista se sentó en su lugar, cogió sus cartas y empezó la partida.
Las cosas de la vida, muchas veces no son lo que parecen; en esta ocasión, a nuestro buen telegrafista le perdió su ambición. La jodía sota no estaba dónde tenía que estar; a dos tantos se quedó de conseguir el plato, perdió las diez pesetas que había en él, se tuvo que levantar con las orejas gachas, corrido como una mona y cagándose en la puta sota, llegó a su casa.
Parece que la casa les correspondió a las dos hermanas, Josefa y Cecilia, como ambas querían tener salida a la plaza, buscaron la fórmula más apropiada: dejar el asunto en manos de sus maridos. De esta manera los concuñados Bruno y Gregorio se pusieron de acuerdo para que todo el mundo quedara satisfecho.
Manolo, hijo de Bruno, tuvo ahí la zapatería durante algunos años.
2 comentarios:
Alejandro, bienvenido a esta tu casa para darnos a conocer esa peculiar localidad.
¡Bueno, ha sido el parto de la burra, pero estos folios han llegado a Boceguillas. Espero que este relato sea el principio de una larga amistad entre tú y el blog.
Javier B
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