Mención de honor I Certamen de Narrativa “Maestro Gerardo Muñoz y Muñoz”
LA FISURA
Julia Gallo Sanz
-Piel de delirio-
(Carta de Enrique a Luisa)
Watertown 22.03.08
Luisa, estoy solo:
¡Qué vértigo! En medio de nuestro matrimonio se está abriendo una fisura. Es como si un socavón en mitad de la casa nos dividiera. Y aquí, en el lado opuesto al tuyo, me encuentro con parte de las raíces descobijadas. Mi yo aturdido mira los objetos que configuraron nuestro ecosistema de pareja, ¡y tiemblo, Luisa...!
Estoy solo. Solo con el perro que encontramos en un contenedor de basura, y adoptamos. Solo con nuestra colección de música country; con los grabados que nos pintó tu madre; con el cielo que nos albergó tantas noches de verano, ¿lo recuerdas, Luisa?: tú y yo jugando a reproducir en los respectivos rincones de la piel la ebúrnea cara de la luna mientras el firmamento, cómplice, parecía espesar su textura de seda alquitranada. Aquí estoy con tu evocador camisón de adolescente entre los dedos, el que me arrojaste a la cara, con tino tentador, cuando te visité la primavera de tu pierna rota -prenda que guardo sin que lo sepas-. Aquí me tienes a este lado, hecho un trapo, desmadejado sobre la cama con el alarmante sonido de tu sueño clavado en la memoria, ese retumbo que se te escapa por el tabique nasal levemente desviado. Aquí estoy con tu vivo aroma a recién despierta y tu tacto de alborada. Aquí, añorando ese tic de estirarte las mangas huidizas. Aquí, concentrado en repasar tu mímica repleta de etimología cuando describes lo que te maravilla, asombra o repele.
Estoy llorando, Luisa, devanando la maraña que tengo en cada sien.
A golpe de claqueta te visualizo, te repito, te añoro..., el pensamiento es una quimera. Aquí estoy recapacitando sobre tu congénita tristeza, tu ansia de ternura que no sé cubrir. Aquí me tienes intentando comprender tu genio endemoniado, que tanto me irrita. Estoy sintiendo tu dulzura grandiosa, tu risa de escándalo, tu capacidad de solidarizarte con los desfavorecidos. Aquí, memorando los registros de tu generoso corazón; examinando tu vicio de enjuiciarlo todo, de desmenuzarlo todo hasta descomponerlo. Aquí me encuentro rememorando todas nuestras secuencias de amor, Luisa...¡Ah!, Luisa..., aquí me encuentro (¿o me pierdo?) con la memoria enardecida...Aquí, imaginando el poder de tu boca, la gavilla de tu coleta enredada en mi...Luisa, Luisa, Luisa...
Y me hallo descarriado. Extraviado y torpe por mi falta de iniciativa para la diversión; avergonzado de mi criterio cuadriculado, mi cabeza berroqueña, mi incomprensión, mis celos infundados, mi envidia de tu personalidad... Estoy solo, Luisa. Solo y con una zanja, cada vez mayor, que nos separa.
¡Sálvame, Luisa! Lánzame algo a lo que agarrarme. Sácame de este lado de la resquebrajadura donde estoy lleno de tu ser, donde estoy contigo, pero sin ti.
¿Qué podemos hacer para que esta falla no resulte insondable?
Te amo desde este desconcierto, Luisa, desde la orilla de este río de lágrimas que brota de la fisura y te arrastra, Luisa, te arrastra, te arrastra..., te aleja de mi...
Enrique
(Carta de Luisa respondiendo a Enrique)
Watertown 23.03.08
Enrique, ¿cómo te atreves?
Yo alucino. Tú estás solo, dices. ¿Y cómo crees que me siento yo? Yo estoy igual de sola aquí, al otro lado de la grieta. Vamos, no te hagas la víctima. Y lo inaudito, lo que me descoloca, es que por más que analizo no hallo la razón y el cómo hemos llegado a establecer tamaña fosa entre ambos. Eso por un lado, por el otro me deja boquiabierta esta diarrea de parrafadas... tú, que no dices tres palabras juntas. Ya era hora de que me hablaras como lo estás haciendo ahora. Yo también siento vértigo ante esta depresión pétrea. ¿Te crees que no tiemblo al ver cómo se nos va el amor como por un desagüe de cloaca? ¿Te crees que no me reconcomo viendo cómo esa agua intenta hundir nuestra piel a tiras mientras la pasión, en brote, estira la cabeza como un náufrago?
Aclárate, Enrique, no me fastidies. Aunque más tonta, según piensas, yo también analizo, y analizo tu falta de comunicación, tu carácter irascible, tu intransigencia.
Y como conozco tu valía y tu minusvalía en cuanto a sentimientos, no me quiero quedar con ese lamentable resultado geológico. Échale agallas por una vez en tu vida. Te insto a salvar –qué digo- te desafío a re-enjaretar nuestra historia. ¿Por qué no lanzamos sobre la hendidura el cabecero de la cama, hacemos un puente, lo cruzamos y empezamos de nuevo? ¡Háblame! ¡Dime lo que sientes, lo que piensas...! ¡Dímelo a la cara como lo haces ahora por escrito; que te vas a llevar todas las palabras al camposanto y allí, bajo esa venerable tierra, la semilla muerta no fructifica! Háblame de todo y de nada, deja de ser un desconocido, paremos este desencuentro. Porque no es sólo esta fisura lo que nos resquebraja y distancia es, también, un cúmulo de negatividad, de rencor, de decepción, de heridas que no dejan de supurar, de reproches en pie de guerra.
Por Dios, Enrique, no te pido que cambies a estas alturas, pero deja de ser sordo y ciego.
Todo me sirve, cabréate, despotrica, grita, pero no te quedes en silencio.
Imaginarte duele, soñarte duele, quererte duele, Enrique..., pero desearte como te deseo es lo que más me duele.
¡Me hablas de fisuras..., a mi!
Yo te puedo hablar de mis sentimientos, ¡los míos!, los que se pudren en su propio columbario.
¡Ámame!
Acércate hasta el puente y saltemos juntos.
Luisa
(A modo de EPÍLOGO, lo que sólo sabemos el lector y yo...)
Watertown 23.03.08
Enrique, ¿cómo te atreves?
Yo alucino. Tú estás solo, dices. ¿Y cómo crees que me siento yo? Yo estoy igual de sola aquí, al otro lado de la grieta. Vamos, no te hagas la víctima. Y lo inaudito, lo que me descoloca, es que por más que analizo no hallo la razón y el cómo hemos llegado a establecer tamaña fosa entre ambos. Eso por un lado, por el otro me deja boquiabierta esta diarrea de parrafadas... tú, que no dices tres palabras juntas. Ya era hora de que me hablaras como lo estás haciendo ahora. Yo también siento vértigo ante esta depresión pétrea. ¿Te crees que no tiemblo al ver cómo se nos va el amor como por un desagüe de cloaca? ¿Te crees que no me reconcomo viendo cómo esa agua intenta hundir nuestra piel a tiras mientras la pasión, en brote, estira la cabeza como un náufrago?...
La enfermera leyó la carta que le entregó el cuidador de planta, luego la dobló, la introdujo en el sobre, puso el sello reciclado, pasó la lengua por el perfil engomado, pegó la pestaña y le dijo:
-Esta vez te has superado, Loan. Voy a llevarle la contestación “a vuelta de correo”, que ya sabes cómo las gasta el de la 124, muy manso, muy manso, pero en lo concerniente a su delirio o le seguimos la fantasía o le tenemos que triplicar la dosis. Por cierto, me gusta tu trenza de potrillo.
-Gracias –respondió el joven celador, enrojeciendo un poco.
. . .
A Loan le resulta fácil asumir el papel “Luisa” y responder las misivas del paciente de la 124, sólo tiene que cerrar los ojos, recrear la hermosa imagen del enfermo en la penumbra de los párpados y escribir. Otra cosa es vivir con los dientes apretados mordiendo su propia desdicha: amar a un demente.
Mientras espera la siguiente carta de Enrique, íntimamente comienza a meterse dentro de la piel y el alma de la mujer que hace delirar al loco.
Una lágrima furtiva pugna por escapar, pero Loan la retiene en el manicomio privado de su interior.
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