CON NOMBRE PROPIO


Mención de honor I Certamen de Narrativa "Maestro Gerardo Muñoz y Muñoz”



PERROS SIN CABEZA NO PUEDEN LADRAR



                                                     Miguel León Durán



                                     “Sólo las lagartijas buscan la misma covacha
                                                         hasta cuando mueren”.
                                                         Juan Rulfo, Paso del Norte.



¿Pero fue un sueño con alma o un sueño sin alma?

Es un sueño sin alma. Un sueño de costra, de cáscara hecho sólo. Un sueño por fuera con un hueco sordo adentro. En el que te caes y te caes y te quedas cayendo. Bien adentro. Como si fueras el propio viento soplando y soplando sin saber por qué. Como si hubieras nacido para soplar y caer y nada más que eso. Dando vueltas hacia abajo en el mismo vientre del viento. En un útero que no es el tuyo. Encerrado, sordo y ciego. Atado a montañas vacías, a un camino como pintado con pulso tembloroso. Con los pies descalzos de certidumbre.
El útero ralo te va rasgando la piel y luego las entrañas hasta llegar a tu memoria para comerla toda. Y entonces te quedas tú hueco por dentro y el sueño se nutre de ti. Y te despiertas sin el ritmo de tus latidos. Otros tambores tocan y matan el silencio de la mañana y te das cuenta de que no has acabado de salir del sueño, que lo llevas en tu espalda enganchado, mordiéndote el cuello, y que probablemente ya nunca saldrás de él.

Siempre he sentido pavor por los ladridos de los perros, eso sí. Pero hacia pocas cosas más he tenido miedo. No me gusta la gente que al preguntarle su nombre lo dicen sin seguridad, sin fuerza, sin convencimiento, como si no les perteneciera el nombre. Con una voz medio sorda, escondida, te responden: Claudia, Bernardo, Leo, Beatriz... Desconfío de esa gente. Si ya su nombre no lo saben afirmar, implantar, malo.
Yo impongo mi nombre. Yo me llamo Francisco Juárez de Negrón y hay pocas cosas que me den miedo en esta vida. ¡Pero ay las que me lo dan! Y no es que yo entienda de miedos. No soy yo hombre que se pare y repare en cosas así. Siempre he ido de frente. He sido buen cazador. He trabajado como el que más y he intentado estar del lado de los que se debe estar. Pueden decir misa, pero yo no abandoné a los míos por que sí. Si vine a la ciudad fue para ganarme la vida y preparar un porvenir para los míos.

El viento es un susurro soplado de la muerte, viene de arriba. Al que le golpea en la cabeza varias veces, lo separa, lo arranca un poco de esta vida.

De niño un tío mío me dijo que si en mitad de la noche se escuchan ladrar perros es porque ha muerto alguien. Por aquí cerca no vive ningún perro ya hace tiempo. Al menos durante el día, que yo sepa. Pero yo anoche los escuché ladrar. Tampoco hoy me ha llegado noticia de muerte alguna. Y eso que yo anoche escuché ladrar a los perros.
-Perros sin cabeza no pueden ladrar.
¿Por qué recordar esa frase ahora? ¿Por qué la voz de mi tío en este momento? ¿Por qué me llegas tan de verdad, tan rota de alcohol?
El día todavía es bien oscuro. Es oscuro desde que amaneció. Todavía las voces son murmullos, como enredados en la noche y sus rincones. Aún no me he puesto a caminar. Y ya a estas horas no es normal. Es extraño pero es así. No he decidido ponerme a caminar en este día que parece que no acaba de arrancar. Y sin embargo siento mis piernas pesadas y como esclavas de una larga caminata. Me imagino la avenida que suelo cruzar a estas horas. Debería de estar allí. En esa avenida sí que callejea algún perro durante el día. Y suele soplar el viento. Y quizás sea el viento el que me trajo los ladridos anoche.
Juraría que ya es de día, hoy, a estas horas. Pero no veo la luz por ningún lado. Si dijera estas cosas que pienso en voz alta quizá arrancaría el día, pero entre murmullos el sol debe de estar asustado. Y entre sustos es difícil arrancar. Yo no sé por qué pero también creo sentir como un susto en el paladar. Pegado y amargo. Desde que los ladridos de anoche me llegaran como disparos.



Francisco Juárez de Negrón por fin vio la casa tras el cerro. El camino había sido largo, hondo, duro. Pero la vio, al fin, y la reconoció. Era la casa donde había nacido. Agachó la mirada, notó la tierra blanda bajo sus pies y él mismo se enterró.



Luego, el viento trajo los ladridos de su perro Basilisco.











3 comentarios:

PILARA dijo...

Un buen texto, como todos los finalistas. Lástima que solo hubiese un premio. Lástima, también, no haber tenido oportunidad de charlar y conocer más al autor.

Marcos Callau dijo...

Me ha gustado por narrar un sueño tan caótico y metafórico, surrealista. También el final es genial. Mi enhorabuena.

noesmivida@hotmail.com dijo...

bravo !!!