OSCURO RETRATO DE FAMILIA
(Relato conjunto elaborado por los componentes de TAF)
- I -
Patricia contemplaba la escena desde atrás, a cierta distancia. Tenía el mismo derecho a estar allí que todas aquellas personas enlutadas y compungidas, sin embargo, no lloraría por aquel hombre al que apenas conocía como un amigo del trabajo de mamá. Ella había sido un gran error, un gotón de tinta negra en el folio de la vida de aquel señor intachable.
Se enteró de todo una semana antes, cuando su madre andaba como lastrada por una pena inconfesable, arrastrando el infortunio de haber querido siempre a quien no merecía su amor, contentándose con las migajas que él le daba cuando le apetecía, y que un ataque al corazón impediría que volviera a recibir jamás.
Poco a poco, con el mismo cuidado de quién alimenta a un gorrión, con voz entrecortada fue contándole cómo se conocieron, cómo empezaron a congeniar, cómo la relación se fue afianzando entre ellos. Patricia les cambió la vida, sobre todo a ella, aunque eso no se lo dijo.
Ensimismada como estaba no reparó en el joven que se situó a su lado, hasta que se dirigió a ella:
-Hola. Perdona. Quizás me equivoque pero... Tú debes ser Patricia, ¿no es así?
-Sí. Patricia Magallanes. ¿A quién tengo el gusto de conocer? -Mi nombre es Jorge Ruiz de Palomo Santaélices, y creo que tú y yo somos hermanos. Al menos por parte de padre.
Pasaron diez segundos eternos. Experimentó de todo Patricia: sorpresa, duda, agobio, calor, mareo, incredulidad, miradas perdidas, inquietud, desprecio, más calor..., todo. Hubo de todo y en solo diez segundos.
-Disculpa, me siento algo incómoda -acertó a musitar-, quisiera estar sola.
-Como quieras. Pero, por favor, toma mi tarjeta.
Algo aturdida, Patricia salió del cementerio en dirección a su coche. No paraba de hacerse preguntas y todas conducían hacia la misma dirección: ¿Cómo era posible que ese hombre la conociera? ¿Por qué su madre nunca le había hablado de su hermano? ¿Quién era el culpable de esa situación tan incómoda?
Estaba conduciendo sin prestar mucha atención al tráfico, su cabeza era incapaz de concentrarse y decidió ir a El Corte Inglés. Después de una hora mirando sin ver en el centro comercial, optó por marcharse, ir a casa y enfrentarse a su madre. Patricia notaba que a medida que transcurría el tiempo crecía su desconcierto.
-Mamá, mamá, ¿dónde estás?
-En la cocina, mi niña. Estoy en la cocina.
-¿Por qué?-¿Por qué nunca me hablaste de él... De su existencia... De..., de mi hermano... De..., de un tal Jorge?
-Pero... ¿a qué te refieres, hija? No te entiendo...
-Porqué me lo ocultaste, ¿por qué?
-¿Por qué, qué, hija mía? ¡Oh, Dios mío! Has ido..., has ido..., has ido al entierro de tu padre..., y le has conocido en el cementerio...
-Pero... ¿a qué te refieres, hija? No te entiendo...
-Porqué me lo ocultaste, ¿por qué?
-¿Por qué, qué, hija mía? ¡Oh, Dios mío! Has ido..., has ido..., has ido al entierro de tu padre..., y le has conocido en el cementerio...
Te dije que él tenía una familia- explicó la madre arrugando con las manos el delantal- No podía saber que Martín le habló de ti, siempre fui un apartado oscuro de su vida. Y tú también, hija. Quizá en el último momento…-balbuceó rompiendo a llorar.
-Es él quien me ha conocido a mí. ¡Qué bochorno, Dios mío...!
-Es él quien me ha conocido a mí. ¡Qué bochorno, Dios mío...!
Patricia no se quedó a consolar a su madre. Salió de la cocina dando un portazo y se encerró en su habitación. Con rabia se fue quitando el traje oscuro que llevó en el entierro, lo dejó caer sobre el suelo de baldosas, lo apartó después con una patada hasta dejarlo hecho un ovillo en una esquina. Pero incluso entonces, mientras desahogaba su encono, se dio cuenta que había elegido ese traje con un mimo especial, con la esperanza absurda de que alguien la relacionara con el hombre que ahora yacía cubierto de tierra.
¿Jorge? Sacó la tarjeta del bolso. Jorge Ruiz de Palomo Santaélices, ¡Qué nombre ridículo! Sin embargo era guapo, buena planta, traje caro…
El llanto de la madre se acercaba por el pasillo, pronto llamaría a la puerta. El ruido de los hipos y las lágrimas contenidas había sido la sintonía de su infancia. Patricia decidió que tendría que marcharse.
¿Pero adónde? Quizá con su abuela, aunque sabía que sería como continuar en casa porque su madre estaba muy ligada a ella.
De pronto los llantos maternos cesaron, y escuchó que le avisaba con voz entrecortada:
-Patricia, hija, te llaman por teléfono.
Pensó que sería de su trabajo, pues no había avisado que no iría.
rió la puerta con cuidado y la madre le lanzó una mirada acusadora:-Es Jorge. Ya veo que has aprovechado el tiempo, ¡nunca pensé que actuarías así!
Al otro lado de la línea telefónica escuchó una agradable voz que le preguntaba cómo se encontraba y que si quería entrevistarse con él para poner en orden algunos aspectos concernientes a sus vidas.
Tardó unos segundos en reaccionar, pero le dijo que sí y quedaron para la mañana siguiente en una cafetería del centro.
Cuando colgó, su madre la miró de arriba abajo y, entre dientes, murmuró:
-Recuerda que es tu hermanastro.
A la mañana siguiente y delante de sendas tazas de café, Patricia y Jorge no sabían cómo comenzar. Todo era tan extraño, su historia, su encuentro…
-Te advierto, Patricia, que yo nunca he sabido de la existencia de tu madre ni tuya en vida de mi padre. Mi madre debió intuir algo o él se lo confesó hace un par de años, cuando tuvo el primer infarto, y desde entonces no volvió a ser la misma. Tenía una mirada triste y a menudo la vi llorar sin motivo aparente. Lo cierto es que después de treinta años de matrimonio, conocer que hay otra mujer y otra hija de su marido, es un golpe duro para cualquiera. -A mí me ha pasado lo mismo. Mi madre me lo ha dicho hace pocos días, pues nunca logré que me confesara quien era mi padre.
Continuaron relatándose sus vidas; la de Jorge mucho más divertida y sin ningún problema, la suya más anodina y siempre con altibajos.
Al cabo de unas horas se despidieron prometiendo que estarían en contacto.
La vida continuó como siempre: Patricia a su trabajo y la madre casi sin hablarle, con malos modos hacia ella. Hasta que, al cabo de más de un mes, la llamada de Jorge le llenó de alegría, pues no había dejado de pensar en él, y la citaba en el despacho de un notario porque aparecía como beneficiaria en el testamento de tú/nuestro padre, dijo con buen humor.
Y llegó el día. Patricia se levantó casi al amanecer, aunque había pedido permiso en el trabajo. Estaba tan nerviosa que vació el armario buscando qué ponerse. Algo discreto, pero que no pareciese monjil. Elegante sin ostentación; oscuro pero no fúnebre… No se decidía por nada. Optó por irse al Corte Inglés, su tabla de salvación, su refugio, la válvula de escape en los momentos difíciles.
Apenas comió. Le daba vueltas a qué diría el testamento respecto a ella. Su madre no se pronunciaba, todavía estupefacta desde que recibieron la noticia.
A las cuatro y media estaba en la calle Ayala; la cita era a las cinco. Esperó frente al portal, desde la acera opuesta, y vio llegar a Jorge; de su brazo una señora menuda, con aspecto severo en su atuendo de luto; unos pasos detrás una mujer bastante mayor, de rostro amable, conversaba con un sacerdote. Los cuatro entraron juntos en el ascensor. Pasados unos minutos Patricia los siguió.
La notaría olía a rancio; no así el elegante despacho del notario, un cincuentón perfumado y atractivo que desplegó una deslumbrante sonrisa al saludarla. Sin perder tiempo abrió el testamento y procedió a la lectura de las últimas voluntades de don Martín Ruiz de Palomo. La mujer mayor, a la que calificó de “fiel empleada de toda la vida”, recibía una generosa pensión vitalicia. El sacerdote una buena limosna, donada para ayudar a la restauración de una de las capillas de la parroquia.
Y llegó su turno; el notario la miró con simpatía y no mencionó su parentesco con el finado, sólo su nombre. Por el rabillo del ojo Patricia vio el gesto mohíno de la viuda que, nada más escuchar que heredaba un cuadro, mudó en una sonrisa sarcástica acompañada de un sonoro suspiro.
Ella ya no oyó más. Estaba deseando salir de allí, y lo hizo sin apenas despedirse.
A los tres días recibió el envío. Lo desenvolvió con desgana y apareció el retrato de un hombre: el padre del que nunca había disfrutado. Le pareció ofensivo el legado; ahora entendía la sonrisita irónica de la viuda. Enfurecida, decidió desmontarlo, enrollarlo y olvidarlo en un maletero. Su sorpresa fue encontrar que tenía un doble contrachapado en la parte posterior y, entre lienzo y madera, un sobre a su nombre.
Pensó en hacerlo pedazos; sospechaba que sería una carta justificándose. Pero le pudo la curiosidad, y lo abrió. Sus carcajadas retumbaron por toda la casa.Continuará...
3 comentarios:
un experimento divertido, a la vieja usanza de novela por entregas. A ver cómo termina el asunto, parece que promete.
Y hasta cuando nos dejareis sin conocer el final?
Me gusta, muy interesante. ¿Para cuando el final?
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