AMIGOS DE PAPEL
Ino Romero – nov. 2010
Desde mi sillón, al otro lado de la mampara que separaba el mostrador de la recepción de la sala de lectura, escuché el saludo con que el joven bibliotecario recibía a don Iñaqui; mi vecino del piso quinto.
Don Iñaqui rondaba los ochenta años, tenía un aspecto saludable, caminaba muy erguido y no abandonaba nunca su chapela. Su saludo era educado y cortés pero algo frío en el trato social. Él llevaba unos cinco años en nuestra casa; vivía sólo y no se le conocían amigos ni familiares que le visitasen. Esta circunstancia fomentaba en el barrio comentarios diversos, algunos de preocupación por su soledad y otros críticos con su renuncia a integrarse en las actividades propias de los mayores de la vecindad.
─Buenos días, don Iñaqui, ¿se llevará otro libro?
─Desde luego, joven. Pienso hacerlo mientras me acompañe la vista.
─Entonces tiene usted para largo y hace muy bien; nada mejor que una buena lectura. Sin embargo, dirá que soy un entrometido, ¿no sería bueno para usted combinar la lectura con alguna relación amistosa?; es decir.: ¿tener alguna persona con la cual conversar?, se me ocurre que, con tanto libro, le puede pasar a usted como a don Quijote, je, je. Es broma, don Iñaqui.
─Le acepto la broma, joven, y agradezco su interés que deduzco tiene su origen en los rumores de la gente.
─Es cierto. Están extrañados de que usted no tenga familia ni amigos y que no frecuente el Centro de Mayores donde podría hablar con otros señores de su edad.
─Le diré que no soy ningún extraterrestre y que tuve una familia maravillosa, aunque corta, que fui perdiendo. También me fueron dejando amigos muy queridos y a otros los dejé de ver cuando tuve que marchar de Euskadi, pero de eso no quiero hablar. No obstante, del mismo modo que no es posible buscar una familia de sustitución como se hace con un coche averiado, tampoco me apetece a estas alturas reemplazar a los amigos de toda la vida por unos nuevos como si fueran bienes de consumo.
─Le comprendo, don Iñaqui, sin embargo estar solo y sin hablar con otras personas…
─Siempre me ha gustado hablar y puedo asegurarle que hablo mucho (y no estoy más loco que la mayoría). Mantengo charlas a diario con otras personas; mejor dicho, con algunos personajes de las historias que leo. A veces hablo con los protagonistas pero me gustan más los personajes menores y los maltratados por el autor. Muchas veces me compadezco de ellos y les cambio su papel anodino con alguna frase brillante. Siento afecto en particular por los malvados de las historias cuyo destino perdurará en los libros a través de los tiempos y procuro regenerarles sin importarme un bledo lo que pueda opinar el autor. De esta forma establezco unos lazos muy íntimos y me complace pensar que me lo agradecen.
El joven bibliotecario había seguido las palabras del anciano con toda atención y sin interrumpirle.
─ ¡Caramba, don Iñaqui!, me parece maravilloso lo que hace.
─ Entonces no lo comente por ahí; no quiero que me miren como a un tipo más loco de lo que soy.
─Descuide, don Iñaqui. Creo que a partir de ahora me fijaré más en los personajes sórdidos o intrascendentes y me acordaré de usted. O mejor, ¿por qué no nos tomamos un café de vez en cuando y comentamos algunas notas suyas con otras mías?
─Ya se por donde vas, joven amigo, me gustará mucho charlar contigo de vez en cuando.
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