"La dama de los versos"

 

Nos ha enviado un mensaje Beatriz Chiabrera de Marchisone, para ver si alguien que lea este blog puede ayudarla. A continuación ponemos su mensaje y seguidamente "La dama de los versos", basada en una historia real.

Me gustaría encontrar a la dama de la historia, sólo sé su nombre y que puede ser de Buenos Aires. Les agradecería difundan la historia para ver si aparece algún familiar.
http://beatrizchiabrerademarchisone.blogspot.com/

 

La dama de los versos

A los audaces, de cualquier edad

     La mujer venía caminando por el alfombrado pasillo central. Su andar, lento y desparejo, hacía que todos la miraran, pero a ella no le importaba. Llevaba, en una mano, un bastón y en la otra,  unos folletos cuyo título era: Amelia Ammache, Poesías.
     Nosotros estábamos tomando un café en el Pabellón Azul, en la Feria del Libro de Buenos Aires donde yo iba a presentar mi libro, y la vimos acercarse, esquivando con dificultad las sillas que le obstruían el camino. Ya había pasado por otras mesas ofreciendo, a dos pesos, los papeles impresos que contenían sus obras. Con mucho respeto, nos pidió permiso y nos dejó un folleto a cada uno, que constaba, simplemente, de una página plegada en la que se podían leer seis o siete de sus poemas, y al poco rato, tiempo suficiente que nos permitiera echarles un vistazo,  pasó a ver si nos lo quedábamos.
      Sus más de ochenta años, según me atreví a deducir,  no le habían impedido salir de su casa y recorrer la Feria para darlos a conocer, aunque quizás alguien había intentado persuadirla de no hacerlo. Seguramente. Quizás, estuvo lidiando con algún nieto que, no sin razón, trató de detenerla. Pero ella estaba allí. Allí, donde importantes autores eran protagonistas en distintos stands, presentando y firmando libros, dando charlas y conferencias, y donde otros tantos escritores desconocidos habíamos osado presentar los nuestros, allí estaba Amelia, con una permanente sonrisa en su cara, elegantemente vestida, deambulando con paciencia por los atestados pasillos de la Exposición, invitando a la gente a leer esas rimas que alguna vez escribió. Cualquiera que la viera podría pensar que era una dama de la alta sociedad porteña que iba al encuentro de otras amigas de su edad para tomar el té en alguna paqueta confitería de Buenos Aires. Su imagen irradiaba eso. Pero no era su caso. Lejos de parecerme una barbaridad que ella estuviera caminando sola entre tanta gente, admiré su valentía, elogié sus ganas y envidié su espíritu. Algo la llevaba a entregar esos versos a gente anónima, cuya opinión nunca conocería. Ni siquiera sabía si los leerían o simplemente los dejarían abandonados sobre la mesa, cuando ella se hubiera marchado. Sin embargo, algo la impulsaba a mover su cuerpo con esfuerzo. Algo de todo eso la alegraba y le completaba la vida.  Me emocioné con sólo pensarlo.
     Por supuesto, nos quedamos con el folleto. Todos en la mesa lo hicieron. No por lástima, sino valorando esa energía y esa voluntad tan difícil de encontrar, e intentando conocer un poco más de esa anciana audaz y desconocida.
     Cuando llegué a casa y recorrí los renglones de sus rimas, me encontré tratando de imaginar su vida. La imaginé sentada ante un antiguo escritorio frente a un gran ventanal que daba a un parque, levantando la vista de a ratos, para buscar inspiración entre los sauces del fondo de una gran mansión, que menciona en un verso de uno de sus poemas. La imaginé, aún hoy, con sus manos arrugadas, tomando una lapicera y escribiendo, casi dibujando palabras con su pulso tembloroso pero con su mente lúcida y sus ideas claras. La imaginé dejando caer una lágrima sobre esos papeles, que la invadían de recuerdos al releerlos. Noté que un trozo de ella estaba en cada línea de cada estrofa. Un poco de sus pensamientos, de sus dolores, de sus amores pasados, florecían con cada verso. Allí, en esos escritos, quedaría Amelia, aunque alguna vez se fuera para siempre. Y creo, estoy segura, que ese era su objetivo.    
     Nunca más supe de ella. Ni siquiera sé si su nombre es el real o un seudónimo, con los que suelen firmar muchos poetas. Sin embargo, me bastaron esos pocos minutos para percibir que la mujer estaba feliz. Se le notaba en la cara. En sus ojos, bordeados por las líneas del tiempo, se reflejaba que había sido suficiente con que nosotros decidiéramos quedarnos con su pequeño cuadernillo de versos.
Hojeando páginas encuentro
palabras locas y exaltadas
por la ternura y la pasión
hoy las comparo, en desmedro
en la absurda soledad de mi mansión.
Amelia Ammache
                                            
Publicado por la autora en el libro “FOTOGRAFÍAS DEL ALMA”- Edición de autor- Rafaela- Argentina- 2011

2 comentarios:

PILARA dijo...

Preciosa y conmovedora historia; también envidiable el ánimo de la dama poetisa; lastima no saber nada más de ella.

Anónimo dijo...

Beatriz espero que encuentres algún familiar de "La Dama de los Versos" que te permita conocer a la poetisa y a la mujer, y que la compartas con nosotros.