CON NOMBRE PROPIO. Iñaki Ferreras.



EL FAN

El aeropuerto estaba repleto. Por las escalinatas del avión descendió muy altiva Adoratriz Beverly, la “estrella” más rutilante del panorama cinematográfico actual. En la sala de espera, le esperaba su amante, un gigoló de 35 años, muy hortera, que se hacía pasar por conde y que, en el pasado, ya había dado unos cuantos braguetazos con otras millonarias sesentonas. Las revistas del “corazón” siempre daban buena cuenta de sus idas y venidas “sentimentales” con las ricas y famosas. Su representante hacía un buen trabajo de relaciones públicas y a él le encantaba salir en las revistas y programas de TV de cotilleo.
Adoratriz dio un beso de pico al joven y, acto seguido, una nube de fotógrafos captó la instantánea.
En la puerta de salida, Maruja sostenía temblando el cuadernillo de autógrafos. Siempre había querido ser como Adoratriz, pero su realidad era bien otra: un ama de casa venida a menos sin un duro. Lo de venida a menos se refería a que de ama ya tenía bien poco porque su marido la había echado de casa ya que pasaba más tiempo en los aeropuertos, buscando autógrafos de sus famosos preferidos, que realizando las tareas del hogar. De modo que la pobre mujer vivía de la caridad, en un albergue para desahuciados. Pero no le importaba: su única meta en la vida era llenar de autógrafos la mayor cantidad de cuadernos posible. Eso le hacía sentirse feliz: siempre había tenido la mala suerte de estar rodeada de la escasez y conocer a famosos le evadía de su miseria.
La actriz traspasó la puerta de salida del aeropuerto y Maruja se abalanzó hacia ella, en medio de docenas de fans, también ávidos de su firma. Pero los años de experiencia de la mujer pesaban más que todas las ganas del mundo de los jovenzuelos adictos al cine y a la televisión y, rauda y veloz, se situó en primera plana y gritó el nombre de su diva. Esta, más orgullosa que nunca, al ver que seguía siendo una de las más admiradas de su generación, sonrió, se quitó las gafas de sol y comenzó a firmar autógrafos a todos los fans, menos a Maruja. Esta, que no daba crédito a la situación, comenzó a gritarle ahogadamente, en medio de las primeras lágrimas de hacía mucho tiempo.
  • ¡ Adoratriz, Adoratriz, no me dejes sin la firma! Adoratriz, por favor.
Pero la actriz siguió firmando autógrafos sin aparentemente percatarse de las quejas y lamentos de su más fiel seguidora y, cuando hubo terminado, cogió al gigoló del brazo y siguió su camino hacia la limousine que la esperaba enfrente.
Inmediatamente después de que el lujoso coche arrancara, la multitud se deshizo y Maruja se quedó sola y aturdida. Nunca le había ocurrido una cosa igual. Siempre lograba que sus queridos actores y actrices le echaran una firma en el cuadernillo. Dejó el lugar cabizbaja y llegó al albergue con los ojos rojos de llorar. Esa noche, no cenó ni durmió. Al día, siguiente, se levantó temprano y, sin ducharse porque la cola del albergue para la ducha era demasiado larga como para colmar su paciencia, la mujer salió corriendo comiendo un plátano a trompicones y fue de nuevo al aeropuerto: Sabía que Adoratriz volvería a tomar otro avión y esperaba que, entonces, podría conseguir un autógrafo. Llevaba años intentando verla en persona y no pensaba cejar en el empeño.
La actriz llegó apresuradamente, mal maquillada y, en esta ocasión, sin novio. A Maruja no le importó verla casi como una persona normal. Al contrario, agradeció saber que su “estrella” preferida era una mujer normal, pero con mucho talento y encanto. Esta vez, tampoco tuvo suerte, por mucho que gritó y berreó. También se quedó sin autógrafo. ¡No se lo podía creer! ¿Adoratriz lo estaría haciendo a posta por algún motivo oculto que ella no adivinaba?
A la semana siguiente, de nuevo, en el aeropuerto, Maruja pidió un nuevo autógrafo a Adoratriz y ésta, una vez más, no quiso firmárselo. Entonces, Maruja, fuera de sí, berreó:
  • ¿Qué te pasa, Adoratriz, que me tienes manía?
Pero la actriz se hizo la sueca y continuó su camino.
Maruja había adelgazado cuatro kilos en siete días. Conseguir un autógrafo de la actriz ya se había convertido en la obsesión de su vida. Sus compañeros mendigos del albergue habían comenzado a temer por su salud, pero ésta les decía que no pararía hasta conseguir aunque fuera una firma con el pulgar de la actriz.
Un lluvioso día, un mes después de la lucha de Maruja por el autógrafo de Adoratriz Berverly, ambas se volvieron a encontrar en el aeropuerto: gritos, empujones, sollozos de los fans y Maruja enloquecida intentando conseguir su firma. De repente, la actriz dejó de firmar cuadernos y libretas, miró a Maruja fijamente a los ojos y le espetó con voz grave:
  • No ansíes tanto ser quien no eres ni querer a quien ni siquiera te conoce. Sé tú misma, acepta tu realidad. Vuelve a casa con tu marido y olvídate de esta vida de mierda.
Maruja creyó que Dios le estaba hablando y se desmayó.
..

A la semana siguiente, el marido de Maruja la despertó con un grito.
  • ¡Venga, levántate, vaga, que me tienes que dar de desayunar!
Maruja se desperezó con sueño. No había pegado ojo en toda la noche. Había vuelto al infierno de su hogar pero, ahora, estaba contenta. Había decidido aceptar su vida tal y como era, con ese marido chillón y sucio pero que la quería de veras, y esa casa destartalada a las afueras de la urbe, pero que era su hogar. Y es que en su cabecita loca de mujer ensoñadora había entrado bien la lección de que los sueños evasivos no dan lo que, en el fondo, uno necesita.

Iñaki Ferreras






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