El
sueño
Una
fría noche de invierno, del mes de diciembre:
Sentada
ante la mesa de su despacho corrigiendo exámenes, notó que el
tiempo se paraba, como si fuera eterno, al igual que los días del
último año. Tenía que salir de allí necesitaba unas vacaciones.
No
esperó a que amaneciera, metió unas pocas cosas en una maleta, subió
a su coche y se marchó a su casa pensando que allí podría
descansar y recobrar la tranquilidad. Tenía un largo camino hasta
su pueblo.
Su
pueblo estaba enclavado en el norte de España y debido a la cercanía del mar siempre tenía bruma y niebla.
Cuando
llegó, nada había cambiado. Todo estaba igual, como el día que
se fue y de eso hacía muchos años, tantos que no quería recordar.
A lo
lejos, divisó la silueta de su casa en lo alto de la colina. La
casa estaba rodeada de una espesa niebla. Corrió. Estaba deseando
llegar. Pero la casa parecía que también corría, en dirección
opuesta, huyendo de ella. Al fin llegó a la casa abrió la puerta y
entró, al cerrar le pareció que algo había cambiado pero todo
estaba igual. Tan
igual que no se acordó que la casa no tenía luz, se había quemado
la instalación hacía mucho tiempo. Cogió una vela que había en un
cajón de la mesa de la cocina e intentó subir a su habitación a
descansar de su largo primer día de las ansiadas vacaciones.
Se
durmió, pero el sueño no era placentero, era agitado. Volvían esas
pesadillas de siempre, imágenes de personas, de cosas, de una niña
corriendo siempre corriendo y, sobre todo, de relojes: relojes de
pulsera, de arena, de todo tipo. y una voz que decía: “No tengo
tiempo llego tarde”.
Despertó en un charco de sudor y se dio cuenta que estaba en su
vieja habitación. Vio claro lo que la aterraba desde hacía mucho
tiempo. Era. “Alicia en el País de las Maravillas “ y la voz que
oía era la del señor Conejo con su reloj. “¡Niña no me
interrumpas, voy a una recepción y no me puedo entretener. No tengo
tiempo!”
Buscó
el libro y lo releyó y se dio cuenta que la niña que corría era
ella y lo que la atemorizaba era el tiempo, siempre el tiempo. Por
eso salía huyendo ¿De qué…?
Rosario
Plaza
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