SI LA LLUVIA
NO CESA...
Los ojos verdes de Rogava, siguen con angustia la marcha de su pueblo.
Se siente impotente ante los dioses, en los que ya no cree, pero a los
que no deja de preguntar ¿por qué permiten esto? Lleva días lloviendo y los
caminos se han convertido en ríos que arrastran lodo y piedras. La fuerza del
agua sobrecoge.
Contempla angustiado la marcha de su pueblo, quiere detenerles,
convencerles, que no hay nada ni nadie allí arriba que les pueda ayudar.
Desolado, ve como se hunden las chozas
construidas con tanto esfuerzo igual que
pequeñas barcas de papel, arrojadas a un lago.
Les grita, pero no le escuchan. Se para, sus
pies se hunden en el lodo. No puede continuar. Impotente y solo, ante el
silencio torrencial de aquella lluvia inhumana, Rogava llora.
Los grandes árboles que impiden ver el cielo,
se abrazan queriendo proteger a los pequeños moradores de la isla. Su marcha
silenciosa parece una larga y apretada hilera de hormigas gigantes.
Sigue lloviendo. Cuando alcanza la
cumbre los ve, sentados adorando la estatua de ese dios frío y poderoso. Un
dios sin vida que no se conmueve ante el dolor de su pueblo. Un dios
indiferente antes las ofrendas y los rezos.
El más anciano se levanta y alzando los
brazos grita:
“Nuestras ofrendas no bastan. Sólo la sangre calmará su ira”.
Las madres abrazan a sus hijos. Los hombres
murmuran. Los niños callan.
Él quiere implorar al anciano y a su dios.
Pero sólo sus lágrimas caen en silencio.
El cielo también llora y... las aguas bajan
rojas.
1 comentarios:
Una descripción magnífica para una historia tremenda y dramática.
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