DESDE DENTRO DE TAF. SIN DISCULPAS. Carmen Baranda.

50 salones con chimenea para el invierno


SIN DISCULPAS

            Me desperté al oír la puerta de la calle. Me había quedado dormida en el sillón, rendida después de llorar tras la pelea con mi marido. Hacía calor. La chimenea seguía encendida y, durante el sueño, había dejado caer la manta que tenía sobre las piernas.
       No quise abrir los ojos, ni siquiera para saber si era él, que regresaba, tal vez arrepentido de levantarme la mano, de insultarme, de todo lo que me dijo cuando discutimos. Yo también le respondí cosas muy desagradables.
            Quería hacer las paces, ceder como tantas veces, levantarme y abrazarlo, y pedirle perdón por lo que le había dicho, pero me quedé inmóvil, con los ojos cerrados, respirando despacio, como si estuviera dormida y esperando a que él se disculpara primero.
            Sus pasos sobre el parqué se acercaron a mí lentamente. Después, silencio. Podía oler a mi lado ese perfume que me atraía tanto. Sin duda me estaba observando. Cuatro pasos más y escuché el suave sonido del sillón de piel. ¿Qué haría ahora? ¿Se quedaría allí, sentado, hasta que yo despertara?
La habitación quedó en silencio. Yo seguí sin moverme, simulando que dormía, deseando que él se levantara y me pidiera perdón.
            A los pocos minutos escuché de nuevos sus pasos, como si caminara de puntillas, alejándose. Cerró la puerta del salón y mis esperanzas se vinieron abajo. No iba a pedirme perdón y yo, esta vez, estaba decidida a no hacerlo.
            Subí a mi habitación, cogí una maleta y comencé a meter su ropa dentro. Se la pondría en la puerta. Cuando regresara le pediría que se fuera de la casa y de mi vida, para siempre. Estavez lo haría. Iba a ser fuerte.
            Al salir de la habitación la escalera estaba llena de humo. Comencé a toser. Apenas podía respirar. Regresé al dormitorio y abrí la ventana para coger aire. Pensé que podía huir por allí, pero se veía el fuego que salía por las ventanas de la planta baja. Cogí una toalla mojada del baño y con ella en la cara regresé a la escalera intentando llegar hasta la puerta. No pude, las llamas ya salían del salón y amenazaban con prender toda la casa.
            No podía huir de allí. El humo y el miedo me hicieron perder el conocimiento.
           Alguien echó la puerta abajo, me vio tirada en lo alto de la escalera y fue a por mí, me cogió en brazos y me liberó del fuego.
            A mi marido lo detuvieron en el aeropuerto esa misma noche.

Carmen Baranda

1 comentarios:

Begoña antonio dijo...

Me alegra que al pirómano lo detuvieran ¡bien hecho!