PASEN Y LEAN

Con estos cuentos se estrena en el blog de TAF nuestro compañero Iñaki Ferreras, del que podrán leer otros relatos en su perfil.


“PENÉLOPE  PATÁN”




1.- La pequeña Penélope rugió de pena cuando unos hombres con batas blancas entraron por la puerta de su casa con un chaleco de fuerza. Miró con ojos de olla a su padre, que permanecía impasible ante la avalancha de los extraños, que se dirigieron veloces hacia el cuarto de mamá. La madre estaba tendida en la cama, las comisuras de los labios llenas de baba blanca y espumosa, los ojos rojos y el semblante todo él desencajado. Penélope les siguió, les agarró, forcejeó pero ellos la empujaron y la niña cayó de golpe al suelo, inconsciente. El padre la recogió y la tumbó en el sofá. Se cerró la puerta secamente. No hubo gritos ni lamentos. No hubo lágrimas en los ojos. Tan sólo una estela de tristeza en el ambiente, motivada por el fugaz paso de los loqueros.

 

2.- Penélope sacó el bocadillo del pupitre. Estaba apachurrado, como un muñón de hojas usadas de periódico. Varias carcajadas le retumbaron en la espalda. Dos renacuajos con cara de mala leche mostraban la complicidad en sus sonrisas. Ella se dio cuenta de que eran los culpables, pero calló y salió sola al patio del colegio. En el recreo las niñas de su clase formaban grupos que saltaban a la comba y se turnaban para lanzarse tobogán abajo. Ella se puso a la cola. Le llegó el turno. Subió por la escalera. Sintió que sus manos asidas a la barandilla la traicionaban. Resbaló y cayó a tierra ante la risa de todas. Los mofletes se le pusieron rojos de vergüenza. “Patosa, patosa, eres una patosa”, le gritaron varias nenas insolentes, al ritmo de saltitos de gorrión. Penélope, respiró, hinchó el pecho y tomó orgullo como pudo para volverlo a intentar. Subió la escalera de nuevo saltándose la cola, pero esta vez, la gorda de clase la pegó un empujón que le hizo caer de nuevo. Tardó varios minutos en abrir los ojos. Su cabeza lucía un gran chichón. Sus manos, líneas de sangre. La miró con odio. Se levantó y quiso enfrentarse con ella, pero el volumen de la pequeña foca era una justificación lo suficientemente importante como para que lo pensara dos veces. Penélope corrió hacia el edificio. Y pasó medio mareada delante de Marina, su mejor amiga. Ésta la paró. “¿Qué te ha ocurrido?”, le preguntó. Penélope le indicó el bulto en el cráneo y acto seguido, Marina le mostró un gran moratón negro en el culo. “¿Qué te ha ocurrido a tí?”, inquirió Penélope. “Ha vuelto a ser mi padre”, le respondió con la mirada seca.

 

3.- La espera en la sala gris se hizo eterna. Penélope tenía un nudo en la garganta y una gran bola en el estómago. Su padre la intentaba sujetar con la mano pero ella se negaba. Una enfermera les indicó por fin el camino. Por el pasillo la niña comenzó a sudar y su padre la regañó. Ella temblaba. Al llegar a la habitación, quedó parada enfrente de la madre, tumbada en una cama con sábanas vírgenes. Quiso hablar, pero no pudo. El nudo en la laringe era más fuerte cada vez. El padre despidió a la enfermera y de un golpe cerró la puerta. La madre le miró asustada. Penélope entró a la fuerza y se hizo pis aunque no pidió permiso para ir al wáter. Se hizo un silencio sepulcral. De repente, la niña corrió hacia su madre y la abrazó con fuerza. Él se sentó en una banqueta y comenzó a contarle las incidencias de la semana, pero la madre no le prestaba atención, tan sólo sentía el latir acelerado del corazón de su hija pegada a su cuerpo como una lapa. Penélope rompió a llorar. “¡Ya basta!”, gritó el padre, pero la niña no podía reprimir su llanto. Entonces, él se levantó y la arrastró hacia la silla, a la fuerza. La madre les miró y lanzó un grito aterrador. Fue cuando la enfermera, alertada, acudió y les indicó que debían dejar la estancia para que la enferma descansara. Del techo cayeron dos trozos de yeso cuando se cerró la puerta. La madre se quedó inerte de nuevo, mirando a la nada, respirando profundamente, la cara pidiendo auxilio sin poder pedirlo, el corazón destrozado, el alma helada.

 

4.- Marina insistió varias veces al teléfono. A la quinta, sonó la voz del padre de Penélope. “¡Deja en paz a mi hija, niña de mierda!”, la espetó en tono grosero. Y colgó secamente. Marina sabía lo que ocurría. El padre de su amiga había vuelto a beber. Ese tono le era de sobra familiar cuando llamaba para hablar con ella y el hombre la contestaba de malas formas. Estaba acostumbrada. Y tenía miedo de que le pasase algo a Penélope. Entonces, arriesgada a que el padre le diese una bofetada en cuanto la viera aparecer, decidió irla a buscar para pasar la tarde juntas. Era sábado, sus padres habían tenido una discusión regada de alcohol y Marina no lo podía soportar más. Necesitaba respirar aire fresco, mirar otros horizontes. Esta vez se salvó por los pelos de la paliza de su padre y, a pesar de todo, estaba feliz por ello. Saltó por la ventana al jardín y corrió calle abajo. Al llegar, oyó los gritos ahogados de Penélope. El padre la estaba propinando una buena zurra. Pensó en llamar a la Policía, como hizo otras veces y no le habían prestado ayuda. Así que decidió desviar la atención del padre para que su amiga pudiera escapar. Cogió valor y llamó a la puerta. Apareció el padre rojo de ira y de vino. “Vengo a decirle que pasaba por el parque y ví que de su cocina sale mucho humo. Solamente eso”, le dijo con su mejor cara dramática. El hombre dejó oir una carcajada sonora, se dio media vuelta y cerró la puerta. Marina comenzó a llamar a Penélope a gritos y ésta acudió a sus voces. Las dos niñas se agarraron de las manos como dos siamesas y escaparon hacia el bosque cercano. Penélope se había vuelto a mear las bragas y presentaba un aspecto deplorable. Su cara estaba llena de moratones y el trajecito,  regalo  de su madre para la Primera Comunión, había sufrido varios sietes fruto del forcejeo con su padre. Cuando llegaron al claro del pequeño bosque, las dos se abrazaron y comenzaron a llorar. Se metieron en la caseta junto al árbol y se acostaron acurrucadas en el haz de paja. Era su lugar preferido, su escondite secreto, su paño de lágrimas después de las palizas a una u otra. Era su paraíso, el mundo imaginario, el aliento de vida frente al infierno diario de sus vidas. El sol se puso y se despertaron a tiempo para la cena. Ninguna sabía lo que les esperaría esa noche de vuelta a casa. En sus mentes asustadas sólo había incertidumbre y mucho miedo.

 

5.- “Mamá está loca por culpa de papá”, le dijo Penélope a la profesora cuando terminó la clase. La maestra conocía a su familia desde años atrás y sabía del problema de su padre con el alcohol. Varias veces intentó, junto a la madre, llevarlo a un centro de Alcohólicos Anónimos, pero el hombre era demasiado violento. Entonces, decidió denunciarlo por malos tratos a su mujer y a su hija, pero el juez había dictaminado que faltaban pruebas de violencia, y le absolvió. A partir de entonces, la relación del matrimonió se deterioró aún más y se hizo insoportablemente insostenible. La madre de Penélope cayó en una depresión profunda y decidió no volver a hablar ni comer nunca más. La tuvieron que ingresar en un psiquiátrico, donde vivía a base de suero y calmantes.



“¿Por qué no denuncias de nuevo a papá para que le quiten mi custodia?”, le propuso Penélope a la profesora. Pero hacían falta pruebas contundentes porque estaba claro que la Justicia no funcionaba como debiera en esa ciudad. No bastaban unos cuantos moratones, que el magistrado había atribuido a una posible caída de la niña. Aunque si la situación llegaba más lejos, su vida podía correr peligro. Y lo corrió porque, un lluvioso día primavera, llegó su padre hecho una furia, con los ojos desorbitados, mientras ella comía un pedazo de tarta de chocolate, y la secuestró en volandas. Los gritos de Penélope no fueron oídos por nadie pues era la madrugada. Y tampoco nadie nunca más volvió a saber ni del padre ni de la pobre pequeña.


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“LA NIÑA DE LOS DESEOS”



- Mamá, yo quiero ver más canales...
Y su mamá le instaló ella misma en el tejado una parabólica, olvidando quitarse los zapatos de tacón, con lo que resbaló al pisar una paloma muerta, se rompió el zapato y cayó como un rodillo muerta al suelo.


- Papá, yo quiero independizarme...
Y su papá le compró un pisito de soltera, en el centro de la ciudad, que se quemó con él dentro, cuando, en un despiste, intentó reparar la bombona de butano y, de improviso, se produjo un escape de gas con el fuego puesto para calentar la comida.


- Hermano Juan, yo quiero presentarte a mi novio...
Y su hermano fue invitado por la niña ya adolescente a un restaurante chic para que lo conociera y él se atragantó con una astilla de pollo, que le produjo asfixia in extremis.


- Hermano Pedro, quiero invitarte a mi boda...
Y su hermano Pedro acudió a su boda con el mejor smoking de gala alquilado para la ocasión y un regalo de 1.000 euros para la pareja, que le fue robado por una banda de rumanos que esperaban a la comitiva en la puerta del restaurante y que le acuchillaron hasta las cejas porque forcejeó demasiado.


- Querido marido, tengo un antojo sideral
Y su maridito fue a por un helado de fresa fosforescente, cruzando el semáforo en rojo sin darse cuenta y siendo atropellado por un camión de basura, que, a esas horas del mediodía, casualmente pasaba por allí.


- Hijo mío, quiero que bajes a por una barra de pan integral
Y su hijo niño salió corriendo en dirección a la panadería a comprar el pan más fresco para su mamá, con tanta hambre que, en el camino de vuelta, comió un trozo tan caliente que le produjo un empacho por la fermentación y le mandó directo al cementerio.


Paca, ¿me puedes dejar un poco de perejil..?
Y su vecina Paca abrió la puerta con un ramillete de frescas hojas de perejil asturiano, cuando un gato negro, asustado por un mastín, bajo desaforadamente las escaleras y se lanzó sobre ella, produciéndole una caída mortal en la nuca contra el marco de la puerta.


- Ahora mismo, me comería una pizza
Y llamó a Telepizza y un ecuatoriano de 1,40 metros de estatura apareció vestido como el Chapulín Colorado con una gran caja con tan mala suerte que fue mordido por el doberman de la vecina de enfrente que había dejado la puerta entreabierta y que tenía la rabia, mandándole urgentemente a Urgencias y de ahí, al ataúd.


- Tengo que evacuar
Y se fue al water. Se limpió con papel de Todo a 100, lo cual le irritó los contornos anales, se subió las bragas y se lavó las manos con Pachuli. Luego, fue hacia la cocina y se tragó un cuchillo de sierra como aperitivo, antes de la comida. Ya no sabía qué más hacer. Ya lo había hecho todo. Lo había hecho todo y se lo había hecho a todos. La inmortalidad de Malicia, La Zombie, la corroía de aburrimiento




Iñaki Ferreras







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