CON NOMBRE PROPIO: INO ROMERO


EL HOMBRE DEL GABÁN VERDE

La zapatería estaba llena de clientes aquella tarde de sábado cuando entró un hombre que cojeaba ostensiblemente. Llevaba un sombrero y un gabán verdes y en la mano portaba una bolsa de plástico.
Tras buscar durante unos segundos, se dirigió a una joven que, sentada en una banqueta baja, probaba unos zapatos a una señora. Desde su posición, a vista de pájaro, el hombre pudo apreciar la acentuada alopecia de la clienta.
—Señorita, por favor—, dijo el hombre, —espero que se acuerde de mí. Estuve aquí la semana pasada y me vendió usted unos zapatos Pitillo marrones.
—No le recuerdo ahora, caballero, lo siento, pero haga el favor de esperar unos minutos, como ve estoy ocupada y hay mucho público esperando.
—Parece mentira que no me reconozca, vine con este mismo gabán. De todos modos lo mío se arregla muy pronto, en esta bolsa traigo el par de zapatos que me llevé y resultan ser uno del 43 y el otro del 42, necesito que me cambien el 42 por otro 43.
—Es muy extraño, señor.
—¿Quiere decir que soy extraño porque llevo un gabán verde?
—No señor, lo extraño es que hubiera números diferentes; las cajas tienen siempre la misma talla.
—¿No es cierto que viene un zapato del pie izquierdo y otro del pie derecho?, pues también puede venir uno del 43 y otro del 42. ¿Acaso me va a llamar usted mentiroso?
La señora alopécica había seguido la conversación con impaciencia y no pudo reprimirse más, levantó la mano con el dedo índice extendido hacia el hombre y dijo:
—A mí me importan un bledo sus zapatos pero me está haciendo perder un tiempo precioso de modo que haga el favor de permitir que la joven siga trabajando.
—Pues a mí tampoco me agrada ver su alopécico cuero cabelludo y me aguanto.
Entre el hombre del gabán verde y la señora se entabló una agria discusión, cada vez más acalorada, a la que puso freno el encargado de la zapatería que se llevó al hombre hasta un despacho interior donde hizo que le explicara lo ocurrido con sus zapatos.
—Aquí los traigo, ¿lo ve usted?, uno del 42 y otro del 43.
—¿Usted no se probó los dos cuando los compró?
—Me probé uno solamente, el del 43 que me estaba muy bien y, como tenía mucha prisa, pagué y me los llevé sin más.
—Veo que no tiene usted la caja, ¿me deja ver su ticket de compra?
—Siempre que compro calzado dejo la caja en la zapatería, odio golpearme con las esquinas de las cajas. Creo que tiré el ticket en una papelera cuando salí a la calle.
Una sonrisa de triunfo se asomó a la cara del encargado.
—Todo esto es muy extraño. Para empezar no puedo entender que alguien entre en una zapatería de nuestra categoría con prisas, como si fuera a un supermercado de barrio o un chino. Lo considero un desprecio hacia una profesión que ha dignificado los pies de la humanidad. Tampoco comprendo que una persona normal se pruebe un solo zapato y se vaya tan pancho, ¿no sabe usted que existen diferencias notables entre nuestros pies izquierdos y derechos que los buenos fabricantes reducen con sus investigaciones y procesos de fabricación? Por otro lado me trae usted dos zapatos de distinto número que han sido usados en la calle; ¡las suelas están gastadas y asquerosas! Podía haber tenido la decencia de limpiarlas pero no, usted viene con la intención de que le solucione un problema que ha causado usted mismo.
El hombre había ido empequeñeciendo dentro de su gabán verde a medida que recibía la amonestación del encargado, no obstante sacó alguna fuerza para protestar:
—¡Pero yo los compré aquí! Es cierto que los usé para ir al cine. Cuando me los puse me costó meter el pie en el 42 y pensé, como ha dicho usted hace un momento; que tendría un pie más grande que el otro. Al regresar a casa cuatro horas después sufría una herida horrible en el pie y podría demandarles por daños y perjuicios.
—Naturalmente, estaría usted en su derecho, pero vamos a la tienda que deseo someter su caso a los clientes.
El hombre del gabán metió los zapatos en la bolsa y siguió al encargado que dio unas palmadas sonoras para atraer la atención:
—Distinguidos señoras y señores clientes: este hombre que tengo a mi lado expone lo siguiente: Según él compró aquí un par de zapatos hace días; sólo se probó uno; despreció la caja y los trae en una bolsa vulgar de plástico;, tiró su ticket de compra en una papelera; sostiene que un zapato era del 42 y el otro del 43 y, a pesar de ello, se los puso y se fue al cine. Ahora pretende que le solucionemos su problema y amenaza con denunciarnos. Y yo les someto a ustedes lo siguiente: ¿Alguien en la sala se siente identificado con este personaje?, ¿Alguno de ustedes compraría un zapato usado en la calle por este caballero?, ¿Alguien con sentido común osaría realizar el cambio de un zapato usado, sin ticket, un sábado por la tarde?¿Es digno de este establecimiento un indeseable como él?
Un silencio cortante siguió a las palabras del encargado que rememoró con placer sus mejores discursos antes de que le degradaran como juez.
—¡Ese tipo es un farsante y se merece que le echemos a patadas de nuestra zapatería!—, gritó la señora alopécica al tiempo que lanzaba un zapato que acertó al hombre en la cabeza. Otros clientes decidieron emularla y los zapatos llovieron desde varios frentes de la tienda arrojados por clientes enardecidos.
El hombre del gabán se arrodilló para protegerse de la lapidación y descubrió entre tanto zapato un Pitillo del 43, marrón, que escondió en su gabán. No le dio tiempo a ver si era del pie izquierdo o del derecho.

INO ROMERO

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