"CON NOMBRE PROPIO": ALICIA FADÓN. "LAS BRUJAS"


Las Brujas
Cuando yo era niña vivían en mi pueblo una madre y su hija a las que llamaban las brujas. Su vida estaba rodeada de un misterioso silencio y no tenían ninguna relación con el resto de la gente del pueblo.
En alguna ocasión pregunté a mi madre por qué las llamaban las brujas y no me lo quiso decir. “Cuando nosotros llegamos al pueblo –respondió con tono misterioso- ellas ya estaban aquí”.
Las dos mujeres vivían solas. Su casa era una antigua vivienda de piedra, vieja y destartalada, con un corral donde se resguardaban las cuatro vacas que poseían. Trabajaban unas tierras áridas y pobres y con lo poco que recogían alimentaban su ganado.
La madre, de unos setenta años era menuda y seca. Al caminar cojeaba un poco y se ayudaba de un tosco bastón de madera. Vestía entera de negro y un pañuelo pardo y ajado cubría su cabeza. La hija, más alta que la madre y más encorvada, era la viva imagen de la bruja de los cuentos infantiles. Alta, doblada hacia delante, con nariz aguileña, exageradamente seca y muy adusta. También vestía de negro.
Entre los chicos corría la voz de que se las había visto por la noche andar por las calles del pueblo subidas en su borrico golpeando las puertas y aullando como animales. Los más mayores alguna vez incluso se atrevieron a acercarse a expiarlas. Luego nos contaban historias extrañas que debíamos callar. Una noche fuimos con ellos. Había luna llena y las calles estaban iluminadas. A través del resquebrajado portalón de madera podíamos ver lo que sucedía dentro. Las vacas rumiaban despacio echadas sobre la paja. Un gato negro asomaba por la gatera de la puerta de la casa y media docena de gallinas, posadas en el palo del gallinero, daban cabezadas. De pronto y a lo lejos, en el monte cercano se escuchó aullar a un lobo, después ladrar a un perro y en el corral los animales comenzaron a alborotarse. En la única ventana de la casa que daba al corral apareció de pronto una mortecina luz y una extraña figura vestida de blanco abrió la puerta de la casa y salió al corral. No esperamos más.
Pocos días después de aquel susto volvía yo sola del huerto, que mi padre tenía fuera del pueblo, cuando por el camino apareció la bruja joven. La cara de susto que debí poner fue tan evidente que cuando llegó a mi altura me miró y sonriendo amenazadoramente me dijo con voz ronca: “muchacha, anda con cuidado que si a mi me da la gana te convierto en un roble como ese que ves ahí”. No recuerdo qué pasó después ni cómo llegué a mi casa. A lo mejor la bruja me convirtió en pájaro. Lo cierto es que durante mucho tiempo no volví sola al huerto.
Últimamente estoy interesada en conocer la historia de mi pueblo y de su gente. Durante las vacaciones de verano me dedico a buscar información en la biblioteca del pueblo, en la parroquia y también acudo al padre de una amiga que, aunque ya muy mayor, goza de una espléndida memoria. Con él estoy conociendo historias reales e imagino que, algunas otras algo inventadas, de cada una de las familias que yo recordaba; y en ese recorrido el otro día llegamos a la casa de las brujas. Con un tono distante y como si no me importara mucho su historia pregunté por la vida de aquellas mujeres.
Don Gregorio me miró algo sorprendido luego desvió la mirada, suspiró lentamente y me dijo:
-Isabel, te voy a contar lo que sé porque eres tú. Estas mujeres llegaron al pueblo en los años cincuenta. La madre tendría unos cuarenta y cinco años y la hija veintitantos. Se metieron en la casa, que a lo mejor recuerdas, donde vivieron toda la vida. Parece ser que esa casa era de un pariente suyo.
  • ¿Y de qué vivían?
  • Al principio de algún dinero que traerían, digo yo, porque si no se hubieran muerto de hambre. Luego, más adelante compraron unos animales.
  • ¿Nadie en el pueblo las ayudó?
  • Que yo sepa nadie. En aquellos tiempos las cosas se veían de otra manera - dijo dubitativo. Yo, como era el cartero del pueblo, tenía alguna relación con ellas . De tarde en tarde llegaba alguna carta, pero eso sí todos los meses les entregaba un giro.
  • ¿Y quién les enviaba el dinero?
  • No te lo puedo decir, comprenderás Isabel, es secreto profesional. La madre era una buena mujer, alguna vez conversamos algo. Con la hija nunca. Era muy rara, siempre parecía enfadada y muy desconfiada. Un día, pasados muchos años, no recuerdo bien ahora a cuento de qué, la madre me contó algo de su triste vida: habían sido de los rojos. Su marido y un hijo murieron en el frente. De los otros dos hijos se ocupó la cárcel primero y el campo de concentración después pues se fueron fuera al acabar la guerra. Ellas pasaron varios años en cárcel de las Ventas, en Madrid, hasta que cumplieron condena. La primera, porque la segunda condena, fue vivir en el pueblo de sus antepasados como fantasmas hasta su muerte.
Hoy, paseando por el pueblo me he acercado a la casa de las brujas. Me he detenido frente a ella y a mi memoria han acudido los recuerdos infantiles que guardaba de aquellas mujeres. También he recordado lo que me contó el cartero. Y me he preguntado ¿Brujas? ¿Quiénes fueron las brujas en verdad?





2 comentarios:

EsperanzA dijo...

Gracias Alicia, siempre es un placer leer algo tuyo en el blog.

PILARA dijo...

¡Qué dura a veces es la vida y que injusta! Juzgamos sin saber, en ocasiones movidos por el miedo. Buena historia y un placer tenerte por aquí de nuevo.