CON NOMBRE PROPIO. Iñaki Ferreras




El indignado VIP

El pijo y relamido Borja dio un golpe seco con su cabeza en la puerta de caoba de su habitación. Su coleta se deshizo y él la repeinó inmediatamente con esmero ¡Estaba indignadísimo! Su aristocrática tía Mari había ido a ver por curiosidad la manifestación de los Indignados y se había llevado un rapapolvo de uno de ellos, que la había llamado “pija de mierda, qué pintas tú aquí”. Ella, que era muy educada y diplomática, pero que, al mismo tiempo, no se callaba una, le había respondido que pintaba al óleo y que vendía los cuadros a la calería Cuca Recarte, de la calle Recoletos, en tono de guasa, lo cual al indignado le sentó como un tiro y la propinó un tortazo con una mano llena de grasa de haber comido un bocata de tortilla de patata bastante revenido.
La tía había denunciado al chico a la Policía y éste pasó una noche en el calabozo, prometiendo volver a localizarla para quemarla la casa, uno de estos días.
De modo que, desde entonces, la tía de Borja vivía en un sinvivir y se pasaba todo el día transmitiendo sus miedos –racionales e irracionales- a su sobrino.
El juró acercarse a la Puerta del Sol para localizar al agresor de su tía y, a continuación, contratar a una panda de matones búlgaros para que le dejaran tullido como represalia, pero la tía le previno.

     - Si lo haces, correrás el riesgo de que luego, los pobretones búlgaros, que todos están a verlas venir, la tomen contigo y te chantajeen para que les des más dinero. ¡Buenos son ésos..! Muchos se meten a prostitutos para chantajear a sus clientas o clientes con fotos que las hacen después de haberlas drogado y amenazándolas con pegarlas en todos los locutorios de la ciudad. ¡Ten mucho cuidado con ellos

     - Yo no soy gay, tía.

Borja lo dijo recalcando la palabra “gay”

     - Pero lo pareces, niño.

Respondió ella con segundas porque, en el fondo, sabía que lo era.
De modo que, a la semana siguiente, Borja le dijo a su tía Mari que iba a cumplir su venganza, pasase lo que pasase. Que estaba harto de tanto desarrapado okupando el Centro de la ciudad y, sobre todo, de los miedos y lloriqueos de su tía, y que esperaba que esta lección fuese transmitida al resto de los “malolientes indignados”.
Marcó un número de teléfono y habló en búlgaro –idioma que había aprendido con un novio de esta nacionalidad con el que, hacía dos años, había estado saliendo, de tapadillo, durante una temporada por los pubs más “in”. Colgó, se puso su gabán de Dolce Gabanna. Se despidió con desprecio de la chica del servicio y salió todo airoso hacia la calle, sin decir adiós al portero, que le miró irónicamente.
Un dúo de dos chicos búlgaros de unos 25 años, bien fornidos y vestidos, con gruesos collares de oro en el cuello y cinturones de cuero de piel de rinoceronte le esperaron en Opera y escucharon atentamente sus instrucciones. El, se puso las gafas de Cucci y subió a la cafetería del Teatro Real. Espero dos horas y recibió una llamada en su iPhone de brillantes.
Eran los búlgaros, que le llamaban desde Mejorada del Campo. Habían cumplido con su cometido y ahora, él tenía que hacer lo propio con su obligación: pagarles.
Cogió su Porsche y llegó al polígono industrial de Mejorada. Allí, no había nadie. Marcó el teléfono de los chicos pero nadie cogió. Su estómago comenzó a revolverse. De repente, y por la espalda, recibió un golpe y cayó al suelo semi-inconsciente.
Abrió los ojos. Sintió miedo y le entraron ganas de llorar, pero tenía que demostrar la fortaleza autoritaria del que contrata y paga. Enfrente de sí, los búlgaros con un joven sucio y melenudo, con barba de varios días pero una cazadora de Valentino que debía de costar 3.000 euros. ¡Era el agresor de su tía..!

     - ¡Lo siento, amigo! Este nos ha pagado mejor que tú.

Borja lanzó un gritito de loca chuequera, se desmayó y su coleta se deshizo de nuevo, ahora en trizas.

Iñaki Ferreras
Enero del 2013

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