CON NOMBRE PROPIO. Alicia Rodríguez



EL TAPIZ DE LA DIOSA VESTA

La historia comienza con una mujer, llamada María, de 45 años a la que le encantaba la historia, pero tenía otro sueño, ¡Casarse!, si, a pesar de su edad, todavía estaba soltera. Deseaba enamorarse de un hombre valiente, apuesto e inteligente, pero ya había dado ese sueño por perdido, ya no era tan hermosa como antes; le estaban saliendo sus primeras canas y su piel no era tan lisa como en su juventud.
Volvamos a su primer sueño. Le apasionaba tanto la historia que se hizo una biblioteca con todos los libros de historia más conocidos. Pero a ella no le bastaba con pasarse la tarde entre libros. Quería enseñar al mundo su saber, para que los demás pudieran aprender sobre el pasado; así que compró el antiguo museo abandonado, al que llamó: “Historia universal” y con mucho esfuerzo y la ayuda de sus amigos reconstruyó el museo. Lo de fuera ya estaba todo cubierto y pintado, ahora solo faltaba el contenido del museo.
María bajó al sótano y al pisar la última escalera se quedo impresionada. Dio unos pasos para recorrer la habitación, había figuras, esculturas, vitrinas y tapices. Llegó al final y se quedo exhausta, tenía delante de ella el tapiz más hermoso que había visto y había observado miles de ellos. El tapiz tenía pintado una mujer con rostro triste al lado de un hombre arrodillado, en el fondo un campo de trigo y a un lado un burro y al otro una mula. Ese tapiz iba a ser la estrella del museo.
Un mes después, ya estaba todo listo y el museo ya había abierto sus puertas.
Paso un año y la clientela no era tan abundante como se esperaba, pero a María no le importaba, tenía suficiente dinero para llevar una vida normal.
Llegó el segundo año y los campos estaban funcionando mal, había sequía y las personas no querían gastarse el dinero en ninguna cosa que no fuera comer. El museo era visitado cada vez por menos clientes, hasta que no tuvo ninguno.
Había dejado su sueño atrás, se vio obligada a despedir a todo el personal, cerrar el museo y dedicarse a la venta de ropa. Y para eso lo más horrible, tuvo que deshacer los tapices y así fue como obtuvo la lana, a excepción del tapiz que le causó tanta impresión, ese decidió sólo usarlo en caso de necesidad.
La venta fue bien, los tapices usaban mucho hilo y dio para hacer mucha ropa; hasta que llegó ese momento de necesidad. María deshilo el precioso tapiz con una tristeza inmensa hasta que terminó.
Se pasó todo el día creando vestidos con los preciosos hilos de oro, plata y más colores esplendidos y guardó todos los vestidos en su carretilla para venderlos por la ciudad. No tardó mucho en dormirse profundamente. Cuando se despertó a la mañana siguiente, se vistió y se preparó para irse a la ciudad con su vecino Carlos que para ella era muy atractivo; pero sorpresa cuando miró al carro, sólo había montones de hilos desordenados, como cuando deshizo el telar. Repitió la misma escena y otra vez ocurrió lo mismo. María se acordó que ya había visto este telar en la fotografía de un libro de la historia de los Dioses Romanos. Se fue corriendo a la biblioteca, llegó hasta el estante en el que se encontraba, cogió el libro y como era de esperar ahí se hallaba, en el capítulo de los Dioses romanos. Leyó las letras pequeñas que se situaban al lado de la fotografía, donde estaba escrito: “tapiz de la Diosa Vesta “, luego se fijó en la información, las palabras exactas del libro fueron: “antiguo tapiz que según la mitología romana, la Diosa Vesta lo tejió en el siglo I a. C. para traer suerte a los romanos en sus batallas. La mujer al lado de un hombre arrodillado representa el matrimonio; el campo repleto de trigo, la buena cosecha; la mula y el buey el trabajo y el esfuerzo. Este regalo fue expuesto en el templo sagrado de la Diosa Vesta. Ya no queda rastro del templo, pues, lo derribaron al construir encima un museo y se dice que sólo sobrevivió el telar que se encuentra en algún lugar del museo”. Ya lo entendía todo.
María salió corriendo hacia la carreta donde se encontraba el mítico telar deshilado, con un horrible pensamiento que poco a poco se iba convirtiendo en una pesadilla; “si el telar podría traer buena suerte a toda la antigua Roma, ¿qué podría hacerle a una pobre mujer que lo deshilara?
Cuando llegó a la carreta, se preparó y se pasó tres días y tres noches hilando hasta que el tapiz fue terminado. Desde ese día los acontecimientos empezaron a mejorar. El museo tenía como estrella el tapiz misterioso que ahora tenía escrito en una placa de plata y bronce “Tapiz de la Diosa Vesta”.
Los clientes que visitaban el museo eran atraídos por el maravilloso tapiz y se rumoreaba que cada persona que lo tocaba el amor y la buena cosecha. Rumor o no, pero, había colas y colas para entrar en el museo.
María tuvo que volver a contratar personal. Aunque ya no le faltaría dinero nunca más, María estaba triste, ¡todavía no había encontrado el amor!
Un día creyendo que esa iba a ser su última oportunidad, se acercó al tapiz y lo rozó suavemente, luego, se fue a pasear al campo de trigo. Caminó durante veinte minutos, hasta que encontró a lo lejos un esbelto burro y una bellísima mula blanca en aquel largo camino y se detuvo para descansar y observar aquellas esplendidas bestias.
Ahí se encontraba Carlos, que corrió hacia María, ella se levantó del susto y Carlos arrodillado le pidió matrimonio, María entusiasmada aceptó, y se dio cuenta que ella era la chica del tapiz, todo era igual: la mujer con el hombre arrodillado, la mula, el burro y el campo de trigo. Salvo una cosa, María tenía un sonrisa en su cara, como desde entonces el tapiz, en el que ahora la chica sonreía y enseñaba el deslumbrante blanco de las perla de su boca.


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