“ME ENCANTA EL YOGUR”
Me
encanta un buen yogur. Con esa cremosidad, esa suavidad al tacto del
paladar, ese caer dulce por el esófago y plataformar en el estómago,
provocando una digestión tan ligera que produce un cosquilleo en la
barriguita. ¡Ummm! El yogur…¡Qué placer tan sin igual! ¡Qué
manjar tan sensual! Un yogur al día, te da sabiduría. Un yogur por
la noche es el mejor broche. Un yogur de madrugada, vaya, qué
pasada. Un yogur a cualquier hora, me previene de meter mano en la
perola.
Pues,
aquí estoy, comiéndome un Danone, más feliz que un ocho. Así,
llevo ocho años y ocho meses, sin salir de este cubículo, comiendo
yogures todo el rato, que es lo único que nos dan y poco más. Pero
ya he determinado no deprimirme. La hice y la pago. Y lo reconocí:
fui yo, fui yo y nadie más. Se me fue la olla. Estaba mal y la pagó
el otro y ahora, lo pago yo. Pero sólo me queda un año de yogures.
Supongo que resistiré, que no querré escaparme, que no armaré una
algarabía, como el mes pasado, que me dejaron sin yogures todo el
día y monté un levantamiento, que casi arde el edificio.
Soy
adicta al yogur, me han convertido en una yoguradicta. Creo que le
echan algo para tenernos todo el día adormiladas, para que seamos
mansas.
Pero
buena soy yo, que tengo más adrenalina que Lars Amstrong en sus
mejores días de ciclista.
En
todo este tiempo, me he enamorado ocho veces de otras tantas
compañeras. El no hacer nada es lo que tiene, que las hormonas se te
revolucionan porque no piensas más que en comer o en hacer sexo.
Pero las ocho veces me ha salido el tiro por la culata.
¿Qué
por qué estoy aquí? Porque robé en una lechería. Me había
quedado en el paro. Llevaba dos años sin trabajar y, un buen día,
perdí la cabeza. Cogí la escopeta y me cargué a la dependienta
porque no me quería dar la pasta. Vino la pasma al momento porque su
marido era teniente de la Guardia Civil y yo no opuse resistencia
alguna. Preferí que me metieran en chirona a seguir pasando hambre.
Yo sola, sin nadie que me cuidara porque mis padres ya habían muerto
y mi hermana, al enterarse de que era lesbiana, dejó de hablarme. Lo
que no quiso reconocer nunca es que había estado enrollada con La
Machos, mi vecina de al lado. Me lo contó ella y cuando lo hizo,
casi me da un espasmo.
Pero
qué más da. Lo único que quiero es que, cuando salga de aquí, mi
hermana haga las paces conmigo, que ya le vale, que no ha venido a
visitarme ni un día.
Necesito
otro yogur, no puedo más. Me zampo como ocho al día. Son las ocho
de la tarde y sólo me he comido cinco.
- ¡Carcelera, carcelera, otro yogur! Venga, cariño, no me dejes con el mono toda la noche.
- ¡Anda, cállate, drogata, que tu al tripi le pones cualquier nombre! Mira que estás colgá…
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