Lola Menéndez Gómez
Querido Andrés,
Hoy me he acordado de ti. Te has
aparecido para renovar mis pensamientos. Guapísimo. Con aquellos
pantalones levi´s que tanto me gustaban, los de la mancha de tinta.
¿Recuerdas? Me agarrabas por la cintura, un beso en los labios,
deslizabas tus manos por mis caderas y metiendo las manos en los
bolsillos de mi pantalón me apretabas contra ti. Después era yo
quien metía mi mano en tu bolsillo, te apretaba el cachete y,
entrelazados por los vaqueros, paseábamos toda la noche. Me volvía
loca verte sujetar el botellín con la mano izquierda para no
soltarme.
Ha sido una pintada en el muro de
la residencia de las Hermanas Hospitalarias. “Cristo te ama 666”.
Hace unos años volví a Malasaña, a nuestra vieja casa, donde
entonces en tinta negra, sobre la fachada escribiste “Te quiero,
Andrés - mayo 87”. Ya no queda nada, un solar vacío como yo. En
los cien metros que separan la parada del autobús de la puerta
principal del hospital he leído el cartel una y otra vez como una
cadena monótona sin sentido. Cristo te ama, cristo te ama 666, te
ama He subido las escaleras, recorrido los pasillos que conducen a la
habitación de Mario. Al verle sentado, con la cara fija en la
baldosa del suelo, se me han borrado las palabras de golpe. No le he
dicho nada. Se han acabado las palabras blandas, las caricias, los
besos huidizos en su cara fría de muerto. Le he encontrado más
blanco, siempre lo está, como si se estuviera quedando sin sangre.
Empieza a tener esa cara de limpieza enfermiza que se les queda a los
impasibles. Solo su presencia es capaz de borrarme tus recuerdos,
siempre ha sido así. Frente a él desaparecías y te llevabas
contigo la felicidad. A veces, en el silencio de la noche volvías y
gozábamos como al principio. No te enteraste pero Mario tuvo un
accidente. Se calló por las escaleras de casa. Aun vive, sentado en
un sillón de skay marrón con una manta sobre las piernas,
convirtiéndose en una escultura de cera para mí, pero vivo. Me he
asomado a la ventana, veinte taxis, dos negros, seis rojos, uno azul,
catorce blancos. Es un misterio que la tendencia a un color de coche
se propague como un virus. Es aburrido. Todo es aburrido y el tiempo
se resiste a pasar. Te escribo porque necesito contártelo todo, a
ti, por quien hubiera dado mi vida. Luego, también iré a ver a mi
madre. Cree que estoy triste, pero no es verdad, no sabe que estoy
muerta porque finjo cuando estoy con ella. Primero pasaré por el
mercado y la farmacia. Debí clavarle el cuchillo y no tirarle
mansamente por las escaleras. Fue compasión, convivir con él no era
tan malo, solo una decepción. Un alivio para mi dolor cuando te
fuiste. Mi madre se alegró con nuestra boda y cuando terminé
farmacia. Ella nunca imaginó lo útil que le sería atarme a la
botica de su padre. Pasó de esta vida a la otra sin sufrir, sin
llamar la atención y sin autopsia. Cristo te ama, 666, ¿será
verdad que a pesar de todo, cristo me ama?, que me ha perdonado por
tantos años de sufrimiento, o es Satán quien me pide que le remate
y me condene para siempre. Le he dado un sorbito de agua con
jeringuilla, el pobre tenía los labios resecos pero al fin se ha
quedado dormido. No puedo olvidarme la chaqueta gris que me dejé en
el armario la semana pasada. En el cementerio hará mucho frío. Creo
que echaré de menos este lugar y que jamás le volveré a ver. En
cuanto a ti, decirte que te he querido y que siempre te querré.
Tardé años en encontrarte, los mismos que tiene tu hijo. Le
llevabas de la mano, esperé y sonreíste. Lloré de regreso a casa
pero al día siguiente os esperé a la salida del colegio, y todos
los días siguientes hasta que sonreí yo. El resto ya lo sabes, te
cogí desprevenido pero pudiste verme. Lo siento, nunca quise hacerte
daño. La carta te la dejaré en tu tumba, en un agujero en el suelo
para que la leas. Te alegrará saber que no he sido feliz ni un solo
día desde que me dejaste, y ahora, tú tampoco.
Te quiere,
Lucía
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