CUADERNO LITERARIO Nº 14. "EL JUICIO".




EL JUICIO

—Sí, su señoría, ¡yo le maté!
Un murmullo recorrió la sala.
—Silencio —dijo el juez— orden en la sala.Se produjo un pesado silencio.—Prosiga usted.
—Como le estaba diciendo, yo le maté. Sí su señoría, y volvería a hacerlo.
—¡Cómo puede decir eso! —interrumpió el fiscal.
Otra vez los presentes se removieron en sus puestos y los ruidos fueron intensos.
Con unos golpes de martillo el juez volvió a crear la calma obligada.
El fiscal insistió en que debería ser más explícito y relatara con precisión los hechos.
—Días antes del suceso, estaba tranquilamente tomando el sol…
—Por favor concrete.
—Bueno, ese día escuché unos susurros extraños, no eran las melodías habituales que con tanta envidia escuchaba todos los días, estos eran sonidos muy desagradables y, por supuesto me alarmé.
—Por favor sea más conciso, le ruego.
—Tuve mucha paciencia, su señoría, porqué no fue sólo ese día, sino también el siguiente y el siguiente, hasta que al fin se lo pregunté “¿Porqué emites estos ruidos tan molestos?” Él muy triste contestó que lo había intentado todo para que su voz fuese la más brillante y hermosa que se pudiera escuchar pero,
no sabía lo que le había sucedido, no podía, y esto es la realidad su señoría, no podía emitir más que horribles vibraciones en lugar de bellas modulaciones vocales, entonces si no podía seguir cantando, preferiría morir. Yo, me apiadé de él y, ni corto ni perezoso quise darle una solución al problema.
—Claro, la paciencia tiene un límite —dijo el abogado defensor— prosiga usted.
—Esperé un día y otro y al ver que la dulce voz no aparecía, que los arpegios habían desaparecido, me dirigí a él con todo cariño ¡(tengan en cuenta esto)! le dije: “¿qué piensas hacer sin tu voz?” A lo que me respondió “Quiero morirme, pero no sé cómo hacerlo, Yo así no puedo ni quiero seguir viviendo”. No les ocultaré que en el fondo para mí fue una alegría, pensar que podía verme libre de ese cantor tan "descantante” que emitía chirridos y no sonidos.
—Por favor sea más breve y llegue a los hechos.
—Prosigo su señoría, es que además me daba pena verle sin ánimo, decaído, deambulando de un lado a otro, sin ganas de vivir, sin meta, sin intenciones precisas… en fin que me apiadé de él y me lo comí. —pronunció mientras se relamía los bigotes.
La sala exultó y aplaudió al pobre imputado que el juez tuvo la valentía de absolver.

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