UNA VEZ PUBLICADO EL ÚLTIMO CUENTOS ENCADENADO, CERRAMOS ESTE ESPACIO QUE HEMOS MANTENIDO DURANTE EL PERIODO VACACIONAL Y COLGAMOS TODOS LOS RELATOS SEGUIDOS, PARA FACILITAR SU LECTURA Y DAR OTRA OPORTUNIDAD A TODOS AQUELLOS QUE DURANTE EL VERANO NO HAN PODIDO PASEARSE POR NUESTRO BLOG.
1º)
FIJACIÓN
Mis
padres eran los porteros en una finca del barrio de Argüelles; nuestra vivienda
estaba en el sótano y las ventanas quedaban a ras de la acera; yo me subía a un
taburete y miraba la calle, el suelo, en realidad, he visto pasar ante mis ojos
zapatos, botas, botines y zapatillas de todos los estilos y colores, soy un
experto en calzado. Y en piernas; de una mujer no me importa su cara, el pecho,
su vientre… lo único que me excita son las piernas; ni siquiera soy exigente y
aunque me gustan torneadas y largas, no le hago ascos a otras menos atractivas.
Tengo una fijación enfermiza que me ha ocasionado más de un disgusto.
Estoy
ahorrando para comprar una pierna ortopédica. De momento me conformo con
acercarme a la tienda y admirar los distintos modelos, tocarlos, pero creo que
tendré que buscar en otro comercio; el dependiente cada vez está más mosqueado
conmigo.
FIN
PILAR UGARTE
9/2/2015
2º)
EL
DEPENDIENTE
El dependiente cada vez está más
mosqueado conmigo. Y es que verme aparecer por su
departamento en más de doce ocasiones con mujeres diferentes, y dos grandes
bolsas y un maletín, harían sospechar a cualquiera. Tiene buen ojo para tallas
y copas lo que me evita perder tiempo. Está intrigado y merodea por los
probadores. Las chicas se prueban y yo elijo modelo y color, les compro la
braga, tanga o culote correspondiente, para que puedan ponérselo. Es entonces cuando
completo el cuadro con las preciosas telas que llevamos en las bolsas. Mis
mejores tejidos, los más nobles, surgen aquí y allá: a los pies de las chicas,
por un hombro, en la cabeza o resbalando por su espalda. Estoy muy contento con
el resultado, es artístico e impactante.
He ido a ver al dependiente. No quería
que pensara que soy un depravado o un fetichista; seguro que escuchaba los
ruidos del disparador de la cámara. Le he explicado que las mujeres son
empleadas de mis sederías, encantadas de participar en la nueva imagen de la
empresa. Le regalé un calendario que
contiene algunas de las fotos de la campaña. Tiene una sonrisa encantadora. Me
gusta. He quedado con él al terminar su
turno para invitarle a cenar.
GRAZIELA 14/02/15
3º)
EL CONDE
.
He quedado con él al terminar su turno para invitarle a cenar. Mara apagó el móvil y se contempló en el espejo del cuarto de baño. Tenía un cuerpo que no llamaba ciertamente la atención. Un metro cincuenta de estatura, sobrepeso, una cara que denotaba el paso de los años y un cuello demasiado grueso con venas muy marcadas. Su cita de esa noche, según la foto que le había enviado la agencia de contactos on line, era con un hombre llamado Vlad, muy alto, delgado, de mirada profunda, dentadura prominente y un pelo negro y lustroso que le colgaba hasta los hombros.
He quedado con él al terminar su turno para invitarle a cenar. Mara apagó el móvil y se contempló en el espejo del cuarto de baño. Tenía un cuerpo que no llamaba ciertamente la atención. Un metro cincuenta de estatura, sobrepeso, una cara que denotaba el paso de los años y un cuello demasiado grueso con venas muy marcadas. Su cita de esa noche, según la foto que le había enviado la agencia de contactos on line, era con un hombre llamado Vlad, muy alto, delgado, de mirada profunda, dentadura prominente y un pelo negro y lustroso que le colgaba hasta los hombros.
Había un detalle que no le pasó inadvertido: Vlad
era natural de Sighisoara al sur de Rumanía y su fecha de nacimiento no
aparecía por ningún lado.
Metió en el bolso el pequeño crucifico que le
regaló su madre, una cabeza de ajos y se anudó un pañuelo alrededor del cuello. Por si
acaso.
F.J.FAYERMAN
Veinte de febrero de 2015
4º)
EL LARGO
REGRESO
Por si acaso no me hubiera dado cuenta, el pitido del tren anunció que entrábamos en la estación. Cogí el equipaje, ansiosa por bajar y al poner el pie en el andén, extrañada, observé todo lo que me rodeaba. Nada me hacía recordar lo que yo tenía grabado en la memoria: la estación era nueva y bonita, ¿me habría equivocado?
-Por favor, ¿estoy en Valverde Alto?- le pregunté
al jefe de estación.
-Sí señora- respondió
-No logro reconocer nada. ¿Lleva usted mucho
tiempo aquí?
-Casi dos años. Esta estación de RENFE la
construyeron un kilómetro más alejada del pueblo. Si quiere puedo avisar al
señor Carrión, es el encargado de trasportar a los viajeros, claro que también
le cobrará la venida.
En un cuarto de hora ya estaba acomodada en el
coche del señor Carrión, un hombre cercano a los ochenta, enjuto, simpático,
servicial y charlatán.
-¿Es usted de aquí?
-De niña viví con mi abuela en la calle
Esquinera.
-Ya no existe esa calle, ahora se llama Nueva
Vía. Esto cambió mucho- dijo- Los jóvenes marcharon al extranjero y mandaban
buenos dineros a sus familias, que lo han modernizado todo. Solo quedan dos o
tres casuchas que yo creo que ni se sabe de quien son. Bueno, hemos llegado.
Caminé un ratito y divisé mi casita entre unos
nuevos edificios, como si quisieran estrangularla entre los dos.
Desde una ventana desvencijada sonó un golpe
propiciado por el viento. A mí me pareció un saludo por mi llegada. Y volvió a
golpear. ¡No protestes más!, pronto estarás tan lindas como ellas… y serás la más joven del pueblo.
CELIA MUÑOZ
27/2/2015
5º)
LOS ZAPATOS
ROJOS
“… y serás la más joven del pueblo…” Se obsesionó Don Andrés, el boticario, en que aceptara los zapatos rojos con tacón. ¡Pobre hombre! Se conformaba con rozarse y a lo sumo, pasar la mano por mi nalga. Cuando descubrí su juego estuve a punto de cometer una locura. Aunque nunca acabé de creérmelo. ¡Don Anselmo! El cura. El mierda lameculos de Don Florián, el alcalde. Y Don Bonifacio, el director de la sucursal de Bankia. Esos cuatro asquerosos jugándose a las cartas a ver quién de ellos me llevaba antes al huerto. Con Don Anselmo, por ejemplo, si hubiera querido ir a confesión y decirle que cada vez que le veo me excita, le habría puesto como loco. Luego, en su casa, haciéndome la chiflada y jugando con su miembro me hubiera dado cualquier cosa porque dejara de gritar.
Bonifacio, ¡pobre Bonifacio!, no ha tenido suerte
con la melancólica de su mujer. ¡El dinero que habrá en el banco! He sido una
idiota. Total, si era él el que me invitaba a su despacho para ver con detalle
mis cuentas, mis ahorros, mis pechos de cerca… ¡Cuánto más cerca mejor!
Con el que no hubiera podido es con el repugnante
del alcalde. ¡Claro que…! Si le hubiese propuesto una buena recalificación de
mis tierras y la oferta del boticario para comprármelas después... ¡He sido una
imbécil! Total… pasar un rato con cada uno de esos zarrapastrosos…
¿Por el qué dirán? ¡Mierda por el qué dirán!
Podría haber hecho con ellos lo que me hubiera dado la gana, e incluso,
haciéndoles prometer, que les había dejado llegar, hasta donde se me hubiera
antojado… ¡Y sin tocarme, incluso! Seguro que Don Anselmo me hubiera hecho más
caso que a Dios y el pobre Bonifacio… Cuando le pedí el préstamo, que casi se
desmaya, porque le metí sus gafas entre mis senos y le dije: ¡Cógelas si te
atreves! Y el boticario… si babea solo con enseñarle mi foto en bikini… ¡Qué
mierda de gente! Con el que me hubiera costado un poco más es con ese
nauseabundo de Florián, ¡vaya tropa!, y les llaman las fuerzas vivas del pueblo…
Y yo,
mañana, por idiota, otra vez a Madrid, a Carrefour, a reponer fruta, sobres con
callos y pescado de alta mar…
ALEJANDRO DE DIEGO
6º)
SUBIR
SUBIR
“Y yo mañana, por idiota, otra vez a Madrid, a
Carrefour, a reponer fruta, sobres con callos y pescado de alta mar… mientras
ella, claro está, como una señorita disfrutando de las vacaciones. Mira si seré
tonta que hasta le di el nombre del hotel y de Mark y todas las indicaciones
para unos felices y placenteros días en la costa.”
Judith estaba realmente decepcionada con su vida.
Todo le había salido mal. Ninguno de sus propósitos se habían realizado e
incomprensiblemente volcaba la ira en su amiga y no con lo que ella misma había
logrado o sea: nada.
“Todo había sido un ir hacia abajo. Las escaleras
no iban hacia arriba sino todo lo contrario: hacia abajo. ¡Con lo que le
gustaba mirar al cielo, querer volar, estar encima de los demás, ver al mundo
pequeño y diminuto, sentirse libre!
Mañana se pondría el uniforme y sería una más,
subiendo cajas, retirando productos caducados, indicando a los clientes la
ubicación…”
Regresó Inès de las mini vacaciones con nuevo
novio y mejor cara, atendiendo en la caja. Le sonrió complacida y más que nada,
agradeciéndole el haberle hecho conocer a Mark.
Se sintió aún más tonta. “¡Ella lo había conocido
primero”.
La vida sigue y Judith, infatigable en su labor
de una ya “reponedora jefe” lentamente fue ascendiendo en el escalafón.
Su ascenso a cajera fue un triunfo. ”Por fin,
cambiará mi vida” pensó.
Las recomendaciones del jefe fueron precisas. Y,
sobre todo y lo más importante “tratar
de no mirar a los clientes como personas sino como números en la máquina
registradora.”
Pero eso se le hacía imposible. Había tanta
tristeza en las caras que veía todo el día.
Esa madre con un bebé en brazos y una niña de la
mano, que siempre llevaba solo un paquete de lentejas y uno de arroz… la mirada
golosa de la niña hacia los caramelos del expositor…el viejecito con el
tetrabrik de vino…
“Ese muchacho delgado y de cara
interesante…pobrecito…”.
Luego vino el consabido:
-Señorita, debe entender que este establecimiento
no es una ONG, ¿comprende usted?- ¡Está despedida!
Judith salió, con la tristeza envuelta en una
manta de decepción, mirando hacia arriba.
LUI ANTONIOLI
7º)
ESTAR VIVA
Judith salió con la tristeza envuelta en una
manta de decepción, mirando hacia arriba vio que las pequeñas nubes de la
mañana habían crecido hasta encapotar el cielo, unos rayos de sol lograron
colarse entre los cúmulos y se proyectaban en los tejados, sonrió, la imagen le
recordaba las palabras consoladoras de su amigo Rafael —vete a la montaña,
enfréntate a ella, te sentirás libre, viva, pruébalo— estuvo por coger el tren
a Cercedilla, o a Granada, hasta pensó en los Pirineos. —Cuando yo era chico no
había nada, nada, tenía unas zapatillas de esparto para invierno y verano. El
primer traje, no lo recuerdo, pero no me impresionó, eran cosas, tu fuerza está
en ti, muchacha— ¡El bueno de Rafael! Pero ella no era así, era casi vieja y
aún se sentía adolescente; insegura, perdida.
La pequeña clínica que montó con tanto esfuerzo
ya no era suya, Roberto se la había quedado, la casa de la playa la disfrutaban
ahora él y su novia, solo el pequeño apartamento que compró de soltera le
pertenecía —Estás viva, es lo único que tienes de verdad, las cosas van y
vienen en la vida— le repetía machaconamente su amigo.
Unas ráfagas de viento movieron las nubes,
flotando se dirigieron al norte, se abrieron claros, hoy tampoco lloverá, pensó
Judith. Cruzó la calle, tenía sed, se metió en un bar, el luminoso anunciaba
Cafetería Gredos. Quizás Rafael tenga razón; subir la montaña es el principio y
chupó con fruición el luquete de la tónica.
BEGOÑA DE ANTONIO
8º)
HASTA QUE EL CUERPO AGUANTE
Chupó con fruición el luquete de la tónica. Estaba decidido, no volvería. Se resistía incluso a pensar en su ciudad natal, por más que el olor a algas y salitre la reclamara.
Ella siempre había sido una mujer enérgica, activa. Manejaba hogar y negocios con igual decisión y nunca, nunca, había estado enferma. No soportaba a los quejicas, los que se pedían la baja por un simple dolor de cabeza. En el trabajo, escudriñaba los informes médicos de sus empleados sospechando que la engañaban, que sus pretendidas dolencias eran sólo una excusa para tomarse un día libre. Y, para colmo, en casa, su marido seguía "a rajatabla" la consigna de que "más vale prevenir que curar", y se pasaba el día en las consultas de médicos y especialistas, enredado en una maraña de análisis, radiografías, cultivos... A menudo no conseguía disimular una mirada de desprecio, ¡tanta debilidad!
Acabó separándose y terminó volcándose del todo en su trabajo y en su ideal de eficacia. Fueron años agitados, pero felices. Y ahora... Recuerda la voz del oncólogo: "Sin el tratamiento adecuado, sólo vivirá seis meses, un año quizás". No, de ningún modo volver. Mejor seguir aquí, en esta ciudad anónima donde la vida ha decidido fechar su destino. Con la cabeza alta, hasta que el cuerpo aguante.
Chupó con fruición el luquete de la tónica. Estaba decidido, no volvería. Se resistía incluso a pensar en su ciudad natal, por más que el olor a algas y salitre la reclamara.
Ella siempre había sido una mujer enérgica, activa. Manejaba hogar y negocios con igual decisión y nunca, nunca, había estado enferma. No soportaba a los quejicas, los que se pedían la baja por un simple dolor de cabeza. En el trabajo, escudriñaba los informes médicos de sus empleados sospechando que la engañaban, que sus pretendidas dolencias eran sólo una excusa para tomarse un día libre. Y, para colmo, en casa, su marido seguía "a rajatabla" la consigna de que "más vale prevenir que curar", y se pasaba el día en las consultas de médicos y especialistas, enredado en una maraña de análisis, radiografías, cultivos... A menudo no conseguía disimular una mirada de desprecio, ¡tanta debilidad!
Acabó separándose y terminó volcándose del todo en su trabajo y en su ideal de eficacia. Fueron años agitados, pero felices. Y ahora... Recuerda la voz del oncólogo: "Sin el tratamiento adecuado, sólo vivirá seis meses, un año quizás". No, de ningún modo volver. Mejor seguir aquí, en esta ciudad anónima donde la vida ha decidido fechar su destino. Con la cabeza alta, hasta que el cuerpo aguante.
CRUZ CARTAS
9º)
DON ENRIQUE
DON ENRIQUE
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ se repetía sin cesar Don Enrique en su maravilloso apartamento de 300 m2 con vistas al Retiro.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ le comentaba a
Teodoro, su mayordomo que casi toda la vida había servido con discreción a su
familia y ahora se encargaba de ayudarle a subir y bajar de la silla de ruedas
en que se encontraba confinado por una esclerosis múltiple.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ le decía a Don
Tiburcio, su médico de cabecera y amigo, cuando le intentaba convencer para que
probase un nuevo fármaco para el alivio de sus dolores.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ casi le susurraba a
Doloritas su putita de confianza, que rayaba en los setenta, cuando le
acariciaba lo poco que le quedaba de vida en aquel cuerpo esquelético.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ mis sobrinos no
verán ni un euro de mi herencia. Porque lo que ignoran es que no me queda nada.
Me lo he gastado en vivir bien sin dar golpe; y empezó a reír como un poseso.
CARMEN ARRANZ CASTRO
Abril 015
10º)
CABALLO JEREZANO
CABALLO JEREZANO
Y empezó a reír como un poseso. Nadie, nadie podría sospechar nunca que él había
sido el causante de la muerte del señoríto Gervasio.
Tan tieso que iba el señorito sobre su hermoso
caballo jerezano. Qué ajeno estaba a la piedra, que lanzada desde su honda
acabaría con él en el barranco.
Se acercó al precipicio y comprobó que el cuerpo
de Gervasio yacía en el fondo, inmóvil, sin vida.
Acarició el caballo que permanecía quieto en el
camino esperando el regreso de su amo, y se alejó del lugar cojeando.
Era, según todos, el tonto del pueblo, y cuando
se acercaba al señorito Gervasio para pedirle unas monedas, que nunca recibía,
éste le alejaba diciendo: “aparta, aparta, tu risa me molesta”.
Ahora ya no volvería a molestarle. Y empezó a reír como un poseso.
MARISOL MARIÑO.
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