DESDE DENTRO DE TAF: CARMEN BARANDA





 SI LAS COSAS HABLARAN

    Si las cosas hablaran ¡cuánto contarían! Eso decía mi madre.
   Me pregunto qué podría decir, por ejemplo, mi lavadora. ¡Uf! Pues sí que podría contar cosas, sí. Quizás lo de aquella vez que hicimos el amor mi novio y yo encima de ella. Entonces éramos muy jóvenes y hacíamos el amor por todas partes; a escondidas, claro, porque eran otros tiempos y esas cosas se ocultaban.
   Ahora ya nadie se esconde de nada. Yo sí, yo lo hago de mi vecina. Cada vez que salgo de casa miro antes por la mirilla y, si no la veo, salgo disparada hacia la calle.
   Alguna vez me pilla, abre la puerta y me dice con cierto retintín “siempre vas corriendo”. Pero cómo no voy a correr si voy huyendo de ti, le digo. No, no le digo, solo lo pienso. Y lo pienso muy bajito.    Porque mi vecina es… ¡Miedo me da decirlo!
  Todo empezó porque ella siempre ha hablado mucho, “por los codos”, como se suele decir. Le da igual si entras o sales, si tienes prisa o vas despacio. Ella te ve y comienza a hablar sin parar, yo creo que ni respira, y ya no puedes decir nada, solo escuchar. Y al principio, eso hacía, escucharla, aunque por más interés que pusiera la mitad de las frases ni las oía. Habla tan deprisa que es imposible entender todo lo que dice:

- Estamañanaheidoaelcorteinglesymehecompradounafalda bla, bla, bla, bla, ytieneunoscortesquevanporaquíyporaquí,quemehacen bla, bla, bla, bla, bla, tenermuchocuidadoconloquecomprasporque bla, bla, bla, bla, bla.

- ¡Ay, huele a quemado! –le digo-. No me acordaba. Me he dejado la comida en el fuego. Ya hablaremos. Y salía corriendo, me metía en casa y juraba quedarme allí para siempre, aunque me salieran telarañas.

   Pero mi vecina tiene otro defecto, y es que habla tanto y tan deprisa, que no controla, y dice cosas que debería callarse. ¡Si las cosas hablaran….! Mi felpudo podría contar aquella vez que me pilló saliendo de casa y me dijo:

- VaavenirmihijomayorqueviveenAustralia bla, bla, bla, bla, verasloguapoqueesmiPacohasalidoasupadre, bla, bla, bla, bla, yentoncesfuecuandomateamiprimermarido, bla, bla, bla, bla.

- ¿He oído “maté a mi primer marido”? ¡¡¡¡Ahhhhh!!!!
No dije nada, lo juro, pero mi vecina supo que, efectivamente, lo había oído, porque yo sola me delaté cuando subí las cejas, abrí la boca y los ojos, y el color de mi cara pasó del tono rosado al blanco espectral.

   Con un hilo de voz le pregunté:

- ¿Qué has dicho que pasó con el padre de Paco?
Ella me miró muy seria y dijo: “Nada, que va a pasar, que se murió”.

- Pero debía de ser muy joven, -dije, por decir algo.

- Sí, y qué, los jóvenes también se mueren.

   Cuando volvió mi marido de trabajar se lo conté y se echó a reír: “Seguro que has oído mal, ¿cómo te va a decir eso?” ¡Ja, ja, ja!.
   A partir de ese momento mi vecina empezó a hacer cosas muy raras. No era una novedad que cuando entraba o salía de casa siempre miraba por la mirilla, eso lo venía haciendo de toda la vida, pero que abriera la puerta y me dijera “A-d-i-o-s A-n-a” como si estirara las sílabas, eso no era habitual, y menos aún cuando, al volverme para contestarle, la viera, parada delante de su puerta, con un cuchillo enorme en la mano.
   Si las cosas hablaran mi felpudo podría confirmar que, aquel día, casi me muero de miedo. Salí corriendo escaleras abajo, al tiempo que pedía mentalmente a todos los dioses: “que no me mate, que no me mate….”
   No sé por qué me odiaba tanto, si la culpa fue de ella, ¿por qué tuvo que decirme que había matado a su primer marido? A partir de entonces mi vida se convirtió en una huída constante.
   Otra vez me la encontré en el “chino”. Me dijo que había ido a comprar hilo, pero yo la vi meter en el cesto unas tijeras de podar, dos destornilladores, un rollo de cuerda, cinta adhesiva y un martillo. Me esperó. Salimos de la tienda. Caminamos juntas por la calle hacia a nuestro edificio. Llegamos al portal. Entramos. Ella tenía una sonrisa extraña. Cuando íbamos a entrar al ascensor y yo estaba a punto de morirme de miedo llegó otro vecino y a ella se le borró la sonrisa de la cara.
   Si las cosas hablaran, las puertas de mi descansillo, los ascensores, la barandilla y no sé cuántas cosas más podrían contar que durante un tiempo viví bajo la amenaza de mi vecina.
   Mi marido seguía sin creérselo. El día de mi cumpleaños, llamó a mi puerta. Yo no estaba y muy amablemente le ofreció a mi marido una tarta que había hecho para mí porque era mi cumpleaños. Cuando llegué me encontré con el enorme pastel de mi vecina. Cuando supe que era de ella, aterrorizada, quise tirarlo a la basura.

- No es normal el miedo que tienes a la vecina, con lo cariñosa que es. Yo, desde luego, voy a probarla –dijo mi marido.

¡El pobre! No llegó a comerse el trocito que partió. Inmediatamente empezó a encontrarse mal. Le dolía terriblemente el estómago. Le ayudé a ponerse en pié, le metí en el coche y le llevé al hospital. No pudieron hacer nada por él. Dijeron que había ingerido una enorme cantidad de no sé qué veneno. No me dejaron verle. Me llevaron a comisaría a declarar y me tuvieron encerrada toda la noche. Cuando pude convencerles de que yo no era la asesina de mi esposo, sino mi vecina, me soltaron.
   Al volver a casa me crucé con ella en el portal. Iba esposada y con un policía a cada lado. Me miró y me dijo:

- Ya estamos igual. Tu marido también ha muerto joven, como el mío. De ahora en adelante seremos como hermanas. Y esta vez habló con un ritmo normal, ni demasiado despacio, ni demasiado deprisa.
  
   Salió pronto de la cárcel. Trastorno psiquiátrico transitorio, buen comportamiento, pendiente de juicio,… a los 6 meses volvió. Y ahí está, su puerta pegada a la mía. Ella cree que yo soy su hermana.
   Si las cosas hablaran, las macetas que hay en mi portal también confirmarían que todo lo que he contado es cierto.

CARMEN BARANDA

2 comentarios:

PILARA dijo...

Una estupenda y divertida primera entrada en nuestro blog; Bienvenida al grupo.

Graziela dijo...

Un cuento muy bueno. Espero que sea el primero de otras aportaciones. Gracias por compartirlo y bienvenida TAF.