LA PERSECUCIÓN
Kou
Al
atardecer, caminaba alegremente por el campo recogiendo algunas hierbas
medicinales. Entró en una zona de arboleda mientras el sol se ocultaba
lentamente. De pronto, notó ruidos de pisadas;
alguien se escondía detrás del follaje y la acechaba.
Los
ruidos se acercaron y ella, nerviosa, salió deprisa del bosque. Miró hacia atrás
y distinguió una sombra alta moviéndose entre la espesura. La sombra bloqueaba
ahora el camino a su pueblo. Atisbó unas luces, no muy lejanas, y hacia allí se dirigió
corriendo para pedir auxilio. Atravesó el campo sin respiración. Cuando llegó el
sol ya estaba bajo y oscurecía. Vio un grupo de casas iluminadas por el alumbrado
público. Llamó a la primera puerta pero nadie contestó, miró hacia todos lados pero
no se veía un alma. Llamó desesperada en las siguientes casas sin obtener
respuesta. No había luces en las ventanas y, para su desesperación, se dio
cuenta de que en este pueblo no había habitantes permanentes. Los visitantes pasaban
el fin de semana y lo abandonaban.
Una
tormenta de truenos y rayos se fue
acercando por el este extendiéndose rápidamente. Buscó refugio pero las casas
estaban herméticamente cerradas. Vio un cobertizo viejo a las afueras y hacia
allí se dirigió. Observó que la sombra se acercaba y se deslizaba entre las
casas merodeando y registrando los recovecos. Ella decidió no entrar al cobertizo
y corrió entre olivos hasta un maizal aledaño. Se refugió entre las espigas. Notó,
con horror, que la sombra que la buscaba incesantemente era un hombre corpulento
con un hacha en la mano derecha. Se acurrucó temblando entre los maíces, pero
el hombre se acercó amenazante.
-¡Donde te ocultas bruja! Gritó con voz destemplada-No voy a parar hasta
dar contigo y rajarte en mil pedazos, jajaja. Gritó ruidosamente.
Se
le heló la sangre al oír esas palabras y sintió latir su corazón intensamente
ante el temor de ser descubierta. El hombre miró ávidamente a su alrededor pero, en
la oscuridad creciente, no podía distinguirla entre las abigarradas plantas. Frustrado
se dirigió al cobertizo a grandes zancadas. Entró.
-¿Te escondes aquíiii? Vociferó simulando una voz infantil. Solo le respondió
el silencio. Ella lo oyó y queda espantada pero no se movió.
La
tormenta se desencadenó con fiereza indómita y las gruesas gotas caían
inclementes dejándola completamente calada, aterrada e inerte. Los rayos inundaron
la zona. El hombre salió del cobertizo loco de furia chillando y desafiando a la
tempestad. Se apoyó un momento en una encina.
Un
rayo incandescente recorrió veloz el árbol y sacudió violentamente un cuerpo
retorcido que conservó un hacha en su mano derecha chamuscada.
Fin
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