F.J.Fayerman
Mi amada esposa:
Estoy terminando de cortar la
hierba del jardín de nuestra casa. Ciertamente esta ya demasiado
crecida. Claro, se ha estado regando dos veces diarias y aunque hace
tiempo que no llueve, al ser tan pequeño se ha mantenido muy mojado,
casi al borde de la inundación. Lo vengo notando estos últimos días
cuando lo recorro vigilando el estado de las flores que lo rodean. Si
es importante el césped, tanto o más lo son las plantas que lo
adornan y lo complementan. Al menos eso creo cuando quito las malas
hierbas y dirijo las guías de la madreselva por entre los rombos
metálicos de la cerca.
Ahora que he terminado de cortar
y limpiar, recuerdo que hace ya muchos años que plantamos este
césped. Recuerdo su color verde parejo, su superficie plana, su
absoluta carencia de hierbajos, su olor también lo sentía verde,
verde húmedo después de regado. En distintas épocas, como tú bien
sabes, ha pasado por malos momentos: Cuando casi se marchitó porque
dejamos cerrada la llave de paso, o cuando le empezaron a salir
calvas porque el agua de los aspersores no llegaba bien a todas las
esquinas. En otra ocasión le atacó no sé qué bichito, pero tu
tesón en curarlo consiguió sacarlo adelante. Ahora, bien mirado,
su color es más bien verde monótono, le falta brillo y quizás
vida, y su superficie ya no es tersa como antes, ahora es irregular y
llena de baches y su olor es verde añejo por el paso de los años,
pienso yo.
Pero no tengo intención de
cambiarlo. Podría levantarlo y replantar un césped nuevo, joven, de
color verde intenso, con su piel de hierba tersa y suave, con un olor
penetrante, ajeno, intruso. Pero no sería nuestro césped de
siempre, el que plantamos hace tantos años, con ilusiones, con
juventud, con esperanza y con sueños de verlo crecer juntos. Quiero
dejar el jardín como está, y como quisiera que esté el día en que
por fin me reúna contigo.
Definitivamente me gusta nuestro
césped irregular, con su viejo olor de hierba mil veces segada por
mí y tantas veces pisada por los dos.
Tuyo.
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