Alejandro de Diego
Martín
Madrid, 19 de mayo de 2012
¡Hola!
No sé a quién me dirijo…
Hoy me he levantado con ganas de
escribir una carta… ¡no me iré a la cama sin hacerlo! Tengo
necesidad de decir algunas cosas, por ejemplo, que quiero ser feliz.
He buscado en mi cartera de
amigos y ninguno he encontrado para robarle su tiempo, sin embargo,
pretendo hacer una epístola para el que la quiera ojear…
Son tantas las cosas que se han
dicho a lo largo de los años que no podré aportar ninguna idea
nueva, ahora bien, ¿qué más da lo que apunte si nadie me va a
leer…?
Imaginemos que señalo que todos
los hombres y mujeres occidentales del siglo XXI estamos locos, yo,
sin ir más lejos, ¿me puedo explicar mi manía de coleccionar
navajas portuguesas y concretamente de la comarca de Tras Os Montes…?
Hay una convicción que se me
antoja como justificante, la eternidad. Tildada manía que coge uno
de perpetuarse. ¿Os imagináis cuál sería nuestro comportamiento
si las malditas religiones no hubieran existido nunca? ¿Alguien se
puede explicar por qué una cosa tan obvia como la muerte ninguno la
entiende…?
Mirad la naturaleza, todo cumple
su ciclo vital, nadie parece atormentarse con el infinito, observad a
los jilgueros, espárragos, manzanos, el día y la noche, el sol y
las estrellas…
¿Dónde está nuestro limite?
Necesitamos utilizar la superación personal permanente para sentir
satisfacción a través de nuestros actos… ¿Solamente Mafalda se
atreve a parar el mundo porque ella se quiere bajar?
Es inútil, querido escrito, que
pretendas una reflexión, todo está perdido, vayas donde vayas,
posiblemente yo sea el único en leerte. ¡Ah! Ya encontré la
respuesta a mi incógnita inicial: me estoy escribiendo una carta a
mí mismo, soy víctima de mis propios caprichos.
Hablando de las familias de
mártires, ¿os habéis percatado de que también ellas quieren ser
las más inmoladas del mundo mundial? Ese afán de superación que no
tiene límites… ¿Alguien habla de las víctimas de la pobreza, de
la ignorancia, del entorno social?
Mañana, cuando me lea, soportaré
alguna que otra línea por lo compasivo que soy conmigo, de lo
contrario, acabará más llena la papelera… Presumo de vivir con la
conciencia tranquila y eso me deja dormir por las noches ¿los malos
no duermen? Claro que sí, “tonto del culo”, y además ¿qué
entendemos por bueno y por malo?
Las dos últimas semanas las he
pasado en Llasguicebo, de reformas, con los operarios en casa,
haciendo cemento en la calle para aplicarlo a las paredes de la
vivienda familiar. Hablan poco y trabajan mucho esa gente, nada que
ver con los tertulianos de los medios de comunicación, los obispos,
los políticos y los militares, ni con los brókers que manejan los
mercados y demás cuellos blancos. Los albañiles visten mono azul,
comen chorizo y beben vino… y por cierto, se cagan en Dios de vez
en cuando, son inquisidores y llevarían a la hoguera a varios, hay
que tener mucho cuidado con ellos.
Son las doce de la noche. Sí, ya
sé que podría decirme muchas cosas más y mañana leerlas para
conocer mi estado de ánimo de hoy y así un día detrás de otro.
Porque en el fondo… ¿en qué me diferencio yo de los demás?
Ahora son las doce de la noche y
un minuto. Mi momento de grandeza me dice que por hoy ya basta de
perder el tiempo. La próxima carta que me escriba solo tendrá dos
líneas, una para humillarme y otra para ensalzarme, es decir, lo
único necesario para ir tirando. ¡Qué ya está bien de tonterías,
coño!
Hasta siempre chaval,
Addm
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