Theo Acedo
CARTA A UNA DAMA EXPRESIONISTA:
A la más simple señal, la
sinapsis ejerce su imperio. Se rebelan las neuronas y dibujan una
línea de la vida en tu mano. Se oye su zigzag como latigazos
intermitentes, incidentales. Con los brazos abiertos en cruz,
mostraste tu envergadura pletórica de atractivos como
prefiguraciones sensuales irresistibles. Vida. Vida envidiable que
destella excitando la memoria sin recurrir al caos de la fantasía
sentimental. Fue Nmosine – la implacable diosa – quien te hizo un
gesto reprobatorio desde su pedestal junto al parterre oscuro del
parque solitario. Allí, bajo la araucaria centenaria nacida tras de
la estatua, nos conocimos, pero fuimos a besarnos junto al sauce
llorón que alarga sus lánguidas ramas sobre la acequia con agua
cristalina. Más allá se abre un bosquecillo de genista y
madroñeras al que no quisimos entrar. El ácido ribonucleico se
derramó fertilizador por el aire envidioso de la brisa. ¿Ansó?
¿Dendrita? Vuelve la sinapsis. Movimientos automáticos, eléctricos
agitaban tu frente mientras tu lúbrica lozanía desafiaba a la
tristeza. ¿Hubo melancolía en tu mirada? Quisimos la armonía “del
gota a gota” como vidrios rotos en mil pedazos. Los sentidos en
ebullición, al rojo vivo de un Vulcano cualquiera y celoso - y en un
¡pispás! - brotó la esperanza manriqueña en el cóncavo
horizonte de aquel paraíso renaciente. La diosa nos observaba con
empatía. Entonces las palabras se me anudaron en la garganta, y
quizá no supe hablar cuando debí, ni qué responder ni cómo… Por
eso las escribo ahora tirándome sin mirar a este folio, aunque a
ellas se las lleve el viento, por si ilusionan al proclamar: “nos
queda la palabra”. Aunque
esta sea – repito -la última carta que yo te escriba. Por ello, se
me han llenado las pupilas de colores y ya no sé de qué se trata,
si de aquel azul turquesa que enamorara a Rubén Darío o eran tu
piel y tu carne del nácar que puso Rubens a las Tres Gracias:
Eufrosine (La Alegría); Aglaé (La belleza); Thalía (El Ardor),
mostrando lo más bello de la mujer: la espalda. Tu espalda era lo
que envidiaba sin esperanza al ver alejarse la belleza con gracia
porque ésta - en vosotras – la observo poliédrica: de frente, de
espaldas, estáticas, dinámicas, vestidas, denudas, curtidas por el
sol, bañadas de luna llena, bajo un orvallo atrevido.
Tú afectísimo: Theo ACEDO.
Santillana
del Mar 21/V/2012
P.D.
Ah, se me olvidaba. En el
pequeño jardín de nuestro amor han construido una sala de
espectáculos llamada “Araucaria” pero el árbol no está.
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