Graziela E. Ugarte Muñoz
Madrid,
28 de Mayo de 2012.
Querida Silvia:
Muchas han sido las veces que nos hemos
encontrado en el portal, a lo largo de estos cinco años, y siempre me
has saludado amablemente. Esa sonrisa tuya me atrajo desde el primer
día. Hace tiempo, a
punto estuve de cambiarme de piso por estar en tu escalera. Quería
coincidir alguna vez en el ascensor, oler el perfume de tu piel en la
proximidad del pequeño cubículo. Luego, pensándolo fríamente, me
pareció una locura.
He tenido la gran suerte de disfrutar de ti a
través del fino muro que separa nuestras vidas. Pared con pared te
he ido conociendo. Sé que trabajas en una biblioteca
y que tomas el metro para llegar
allí; que tienes un hermano, que tus padres viven en Plasencia, y
que te encanta hablar por teléfono. Sin quererlo,
he asistido a tus conquistas, a la
tórrida relación con Adolfo; a los encuentros y desencuentros con
Miguel y a tu última ruptura con ese Javier, que por cierto, nunca
me gustó cómo te trataba.
Tenemos bastante en común. Las mismas preferencias musicales, el
mismo tipo de cine… Los dos tendemos la ropa con mucho cuidado para
no tener que plancharla. Además, detestamos los programas de
cotilleo y las tertulias políticas, pues nunca sintonizamos esos
canales.
Te preguntarás el motivo de esta carta y
porqué he estado tan pendiente de todo lo que te concierne. No
quiero que pienses que me he dedicado a espiarte, que soy un
psicópata o que estoy obsesionado. No temas. Es todo mucho más
sencillo. Soy profesor de idiomas y traductor, con frecuencia tengo
que trabajar en casa y necesito silencio para pensar. Tus ruidos se
filtran a través del muro o entran por mi ventana, que casi
hace esquina con la tuya. Tienes una voz muy dulce, y despiertas en
mí un
instinto de protección que desconocía. Has conseguido fascinarme,
me pareces encantadora y ahora, no sé cómo voy a acostumbrarme a
vivir sin sentirte cerca.
Tengo el valor de contarte todas estas cosas porque me marcho. Mi
contrato de arrendamiento finaliza el próximo día 30 y es probable
que no volvamos a vernos jamás. Me voy a otro barrio, bastante
alejado de éste, puedes ver mi dirección en el remite de la carta.
Me gustaría hacerte un regalo de despedida. Supongo que esto es lo
que más va a sorprenderte. He visto que hablas con Pablo, el hombre
amable del tercero H, y que le preguntas por su mascota con mucho
interés. Mi nueva casa está justo encima de una clínica
veterinaria, en el escaparate tenían unos siameses preciosos que no
paraban de jugar. Al verlos pensé que seguro que te
encantarían y, sin pararme a meditarlo, te he comprado uno. Lo
han dejado apartado a tu nombre, esperando a que vayas a recogerlo.
Lo tendrán una semana en la tienda y si al final decides no aceptar
mi obsequio, tal vez me lo quede yo. Me da la sensación de que
cuando me mude te
quedarás más sola, aunque supongo que seré yo el que más desolado
se sienta, sin verte ni escucharte a través de la pared.
Me encantaría que me llamaras al móvil (696123006), aunque sólo
fuera para oír tu voz que ya casi añoro. También podríamos quedar
y tomar algo o salir juntos. ¿Quién sabe? Tal vez ahora que va a
haber más distancia entre nosotros quieras conocerme. Al fin y al
cabo, somos vecinos.
Nacho (Escalera derecha, 5ºC)
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