EL DEPENDIENTE
El
dependiente cada vez está más mosqueado conmigo.
Y es que verme aparecer por su departamento en más de doce ocasiones con
mujeres diferentes, dos grandes bolsas y un maletín, harían sospechar a
cualquiera. Tiene buen ojo para tallas y copas, lo que me evita perder tiempo. Está
intrigado y merodea por los probadores. Las chicas se prueban y yo elijo modelo
y color, les compro la braga, tanga o culote correspondiente, para que puedan
ponérselo. Es entonces cuando completo el cuadro con las preciosas telas que
llevamos en las bolsas. Mis mejores tejidos, los más nobles, surgen aquí y allá:
a los pies de las mujeres, por un hombro, en la cabeza o resbalando por su
espalda. Estoy muy contento con el resultado, es artístico e impactante.
He ido a ver al dependiente. No
quería que pensara que soy un depravado o un fetichista; seguro que escuchaba
los ruidos del disparador de la cámara. Le he explicado que las mujeres son
empleadas de mis sederías, encantadas de participar en la nueva imagen de la
empresa. Le regalé un calendario que
contiene algunas de las fotos de la campaña. Tiene una sonrisa encantadora. Me
gusta. He quedado con él al terminar su
turno para invitarle a cenar.
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