EL CONDE
He quedado con él al terminar su turno
para invitarle a cenar. Mara apagó el móvil y se contempló en el espejo del cuarto de
baño. Tenía un cuerpo que no llamaba ciertamente la atención. Un metro
cincuenta de estatura, sobrepeso, una cara que denotaba el paso de los años y
un cuello demasiado grueso con venas muy marcadas. Su cita de esa noche, según
la foto que le había enviado la agencia de contactos on line, era con un hombre
llamado Vlad, muy alto, delgado, de mirada profunda, dentadura prominente y un
pelo negro y lustroso que le colgaba hasta los hombros.
Había
un detalle que no le pasó inadvertido: Vlad era natural de Sighisoara al sur de
Rumanía y su fecha de nacimiento no aparecía por ningún lado.
Metió
en el bolso el pequeño crucifico que le regaló su madre, una cabeza de ajos y
se anudó un pañuelo alrededor del cuello.
Por si acaso.
F.J.Fayerman
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