DON ENRIQUE
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ se
repetía sin cesar Don Enrique, en su maravilloso apartamento de 300 m2 con
vistas al Retiro.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ le
comentaba a Teodoro, su mayordomo, que casi toda la vida había servido con
discreción a su familia y ahora se encargaba de ayudarle a subir y bajar de la
silla de ruedas, en la que se encontraba confinado por una esclerosis múltiple.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ le
decía a Don Tiburcio, su médico de cabecera y amigo, cuando le intentaba
convencer para que probase un nuevo fármaco para el alivio de sus dolores.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡
casi le susurraba a Doloritas, su putita de confianza que rayaba los
setenta, cuando le acariciaba lo poco que le quedaba de vida en aquel cuerpo
esquelético.
¡Hasta que el cuerpo aguante¡ mis
sobrinos no verán ni un euro de mi herencia. Porque lo que ignoran es que no me
queda nada. Me lo he gastado en vivir bien sin dar golpe. Y empezó a reír como
un poseso.
CARMEN ARRANZ CASTRO
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